La Saga de los Filibusteros
Prefacio

Arrojada al mar, esta historia bogará a la deriva
antes que llegue a manos del primer interesado. Es la bitácora
de una aventura ocurrida siglos atrás
en el Mar Caribe cuya estela permaneció a lo largo
de un territorio ganado para el despojo. Es la historia
de hombres anónimos cuyo propósito existencial
los tatuaría en las nacientes colonias de ultramar,
la historia en fin, de hombres de carne y hueso, cuya irresistible
sed de aventura y libertad, los llevó a transgredir
la ley impuesta por los imperios.
Hacedores de botín, románticos, irreductibles
que desafiaron a España, Francia, Inglaterra, Holanda,
filibusteros agrupados en la “Cofradía de los
Hermanos de la Costa” reclutados en los puertos de
South Hampton, Dover, Rotterdam, bajo la oferta de solvente
aventura y placer ilimitados; los barcos negreros los conducirían
también hacia su propia esclavitud. Mas, sin embargo,
las cadenas no fueron tan fuertes como su voluntad de libertad.
Los “Bond Men”, conocidos también como
esclavos blancos se refugiaban en la isla de la “Española”
(Sta Domingo) y desde un flanco aislado de la naciente colonia,
al margen, siempre al margen desarrollaron su sociedad.
Ofrecieron un servicio inestimable para los marineros que
atracaban para avituallarse cerca de sus asentamientos:
los proveían de carne ahumada. La madera que empleaban
para hacerlo era llamada “bucan”. El arte aprendido
de sus maestros los Arawacos, los hizo merecedores de ser
llamados “bucaneros”. Finalmente, el ingenio
de los “Viandantes del Mar” se aguzó
y avizoró las lucrativas posibilidades que les brindaban
los barcos repletos de tesoros destinados a engordar las
arcas de los reyes y sus acólitos.
Mucho antes que los filibusteros se consagraran al saqueo,
Felipe II de España, Luis IV de Francia poseían
tal riqueza apropiada por la fuerza a los pueblos aborígenes
que un porcentaje estaba destinado sólo para acrecentar
la maquinaria de guerra y garantizar así la soberanía
y el poder del imperio.
Durante cincuenta años los filibusteros permanecieron
renuentes a patria o rey. La isla de la Tortuga devino su
reducto secreto y el “Mar Caribe” su teatro
de operaciones. Pero estas condiciones se alterarían.
Durante el reinado de Luis XIV de Francia, Henry Obregón,
filibustero vinculado a la “Hermandad de la Costa”
socavaría las bases de una sociedad libertaria que
tanto tiempo tomó edificar. De acuerdo con aquel
monarca, Obregón introdujo mujeres en La Tortuga
con el fin de debilitar la firmeza de propósitos
entre sus hombres. Surgieron inevitablemente, los primeros
matrimonios y con ellos, la disolución paulatina
del primer y único conglomerado anarquista del Caribe.
Luego vendría Henry Morgan con sus apetencias de
poder. Portobello, Panamá, Maracaibo, serían
sometidas por el fámoso hacedor de botín ingles.
Pero poco duraría la mística de este hombre
hacía “La Cofradía”. El ofrecimiento
de Oliverio Cronwell para que ocupara la subgobernación
de Jamaica fue suficiente aliciente para que el filibustero
sacrificara la libertad por la que una vez luchara y ahora
persiguiera a los suyos. Ciertamente, murió con honores,
gordo, rico y sólo.
“La Saga” involucra dos generaciones de filibusteros
dentro de un espacio común, el mar, cuya resonancia
es pasto inevitable para la fábula y la leyenda.
Varios viajes a la costa noroeste de Venezuela en búsqueda
de certezas; reveladores testimonios recabados entre los
nativos de Puerto Cuervito en la Laguna de Sinamaica junto
a la restauración y ocupación por parte del
autor de una casa saqueada y derruida (Mirador de Macolla)
por los buscadores de tesoros al noroeste de la Península
de Paraguaná, demuestran que la realidad puede desbordar
la ficción.
Rincones como Macolla, Pta Zámuro, Guaimú
o Makama, situados en la aridez más extrema, resultan
fuente de inspiración con su salvaje belleza y acogedora
desolación, para delimitar un espacio y un tiempo
comprendido desde el mar.
Observar el Golfo de Venezuela desde el faro de Punta Macolla
en el extremo más septentrional del país,
es divisar también los restos de un naufragio, el
arribo con la marea de un cofre y la sensación que
hacia algún lugar del desierto un tesoro aguarda
enterrado por nosotros.
