II

La Tempestad

barco

Al frente, confundiendose con la físura de luz en el cielo, la tormenta se vislumbraba en toda su mágnitud.Home El encuentro con la turbulencia era inminente. Las primeras señales de la borrazca comenzaban a formarse. La Superficie del mar se sacudía como el lomo de una manta raya gigante. Los hombres se enfrentarían como demonios a las fuerzas del mar. La furia de los elementos se encimaba sobre los barcos.

-¡Marineros asíos a las amarras y los mangos del barco, embestiremos las primeras olas, resistiremos los coletazos de la tempestad!

Las embarcaciones más pequeñas se mantenían a una distancia próxima de El Trueno, los filibusteros temían que el impacto con aquellas murallas de agua hundiera sus embarcaciones. Hombres de mar, habituados ya a esta arrisgada vida, se exponían otra vez.
-¡Black Jones, para mi que es el peor temporal que hemos compartido en años de recorrer el mar juntos!

Pata de Fierro hacía esfuerzos para mantenerse en pie, asido por su compañero y amarrado por el tronco al palo mayor.

-Ya lo creo. No se si resistiremos. Esta tormenta no es ni la sombra de las que hemos vivido. A propósito ¿Qué hicistes con la mujer que cargabas sobre los hombros? ¿No la tendrás oculta por algún rincón?

-No, la arrojé por la borda-dijo Pata de Fierro, sonriendo con picardía-sabes lo estricto que es el capitán con esos menesteres.

El aguacero arreciaba y las olas flagelaban la máciza estructura del barco. El cápitán permanecía sólo en el puente con la vista orientada hacia el horizonte. Cuando la tripulación esperaba pasar la peor parte, una olacolosal que parecía petrificarse en su caida, cubrió tres de las siete embarcaciones. Las naves eran arropadas por una monumental cátedral de agua. Los marineros que observaban la trágica escena, experimentaban la fragilidad de sus vidas.

-¡Filibusteros manteneos firmes en vuestra posición, pronto pasaremos lo peor! -gritaba Pettit desde el puente de proa.

Dentro del Trueno, en el cámarote del capitán, Felipe conversaba con el hombre, quien en contra de su voluntad había sido embarcado.

-Ah...comienzas a despertar, me alegra que estés bien, el negro Jones no tiene remedio, siempre se le pasa la medida.

-¿Qué haces aquí?¿Donde me encuentro?

-Serénate padre, estas en buenas manos ¿Qué te hicistes todos estos años?

-Me marche de Santo Domingo, pensé que prosperaría...pero no fué así. Decidí ir a Puerto Principe. Con los franceses encontré lo que buscaba. El negocio de la trata de esclavos en Haití era muy lúcrativo.

-¿Y tu, donde te escondistes todos estos años?

-Fuí a parar a un extremo desconocido de la Española. Me acompañaba una princesa arawaca. Con ella vivía.

En ese momento, el palo trinquete se venía abajo, pero aún la mayor nao de la armada filibustera conservaba la solidez de su andamiaje. El mar poco a poco comenzaba a serenarse. La gruesa arboladura de El Trueno se erguía victoriosa sobre las aguas domadas. Los cuatro barcos que habían resistido la furia del mar, navegaban emparejados, salpicaban como nutrias rabiosas, las astillas remanentes de sus puentes.

-¡Piloto, acercaos, dirigid el rumbo hacia sotavento, trataremos de alcanzar los primeros islotes que veamos!

La armada sobreviviente se encontraba a la deriva cerca del Golfo Triste. Los otros barcos no estaban en mejores condiciones que la fragata almirante. Todos requerían de reparaciones urgentes. Enfrente de los filibusteros despuntaban los cayos de Tucacas, tres promontorios rocosos a corta distancia de tierra firme. En la playa un grupo de indígenas que parecían estar de paso por allí, habían armado sus canoas y veíanse muy entretenidos, saboreando un suculento plato. El contramaestre, quien dejaba a Veraniego dormido, había subido al puente a reunirse con la tripulación. Walter Pettit lo esperaba, notábase templado aunque en el fondo, no podía las ganas de hablar con él.

-Se parece a la costa donde nos conocimos ¿La recuerdas Felipe?

Pettit le facilitaba el catalejo a Felipe para que observara mejor. Era una circunstancia para rememorarla.

-Nadas como un pez Orasimi, nunca vi a una mujer igualarlos.

-Desde niña me enseñaron a pescar, buscar ostras y no temerle al mar. El mar nos alimenta, es la cuna de mis ancestros.

Hilos de agua rodaban sobre sus ampulosas caderas y su pelo, negrísimo brillaba con la intensidad del sol mañanero.

-Qué son esos caracoles? Nunca los había visto

-Son guaruras, ten come...

Orasimi le ofreció una rojiza pulpa que extrajo del interior de una.

-Exquísito...

Felipe la tomó por la mano menuda y la atrajo hacia sí para besarla. Su cuerpo, todavía humedo permitió que las manos de él, resbalaran con suavidad por el cuerpo voluptuoso de ella. Un océano de caricias eran prodígables también por el mar, cuyas olas salpicaban a la pareja estremecida por una intensa fiebre amatoria.

-¡Ahoe capitán vea esto!

El capitán, un fornido marino con el rostro cubierto de cicatrices y una hirsuta barba, evidencias de una vida templada en el mar, corrió raudo a observar a través del catalejo que le ofrecía el marinero.

-Hermosa escena ¿No es así Sifilio?

-Claro Capitán

Felipe y Orasimi continuaban en la playam revolcandose sobre la arena, sin advertir la presencia de El Trueno.

-¡Rumbo hacia estribor piloto! -sentenció el capitán, vamos a sorprender a ese par de gorriones.

El Trueno, una elegante y robusta pieza de arquitectura de rivera, artillado con sesenta espingardas y en cuyo estandarte ondeaba la imagen del jabalí que inspirase terror entre los asentamientos coloniales, se desplazaba con buen golpe de viento hacia la costa. El capitán, un hombre curtido por el sol del trópico era de apariencia fiera entre sus hombres y respetado también como hábil diplomático entre las autoridades coloniales. Su tripulación sedienta y hambrienta, luego de semanas de navegación con la imposibilidad de desembarcar en territorio hospitalario y sin avistar navío alguno para apertrecharse, veía aquella bahía como su salvación. Los dos amantes, mientras tanto, se entregaban entusiasmados sin percatarse de los advenedizos. Una chalupa, tripulada por el capitán y diez marineros se acercaba a la orilla. Orasimi se irguió, mas no para inhibirse de su desnudez. Los tripulantes desembarcaron y corrieron con las olas hacia la playa. El capitán encabezaba el grupo que empujaba la embarcación para vararla en la arena.

-Vaya...vaya, como que interrumpimos vuestra velada. Permitanme presentarme. Soy el capitán Walter Pettitr a vuestras ordenes.

Felipe sorprendido por la ínsolita visita no alcanzaba a pronunciar palabra. Se limitaba a observar con desconfianza aquella partida de hombres que lo rodeaba. Orasimi había corrido hasta él y permanecía a su lado.

-Capitán que bella india acompaña al mocoso. Te felicito chico, eres afortunado.

Los ojos de ofidio del marinero, delataban la lujuria de sus pensamientos. Semanas de privaciones atormentaban la serenidad de aquellos hombres.

-Así es Picaporte, no queremos molestarlos. ¿No es así muchachos? Sólo deseamos comer y beber. LLevamos poco más de un mes en alta mar y nuestras provisiones se han agotado...supongo que pueden ayudarnos.

Felipe salió repentinamente de su mutismo

-No estamos solos, nuestros amigos viven muy cerca de aquí. Felipe señalaba a su compañera.

-Bien muchacho. LLevanos entonces allá. Sólo queremos aprovisionarnos y seguir nuestro camino en paz.

-¿Qué es eso capitán?-preguntó uno de los marineros, apuntando hacia el cesto de caracoles que Orasimi había sacado del mar.

-Guaruras..guaruras.-respondió ella.

Se inclinó y cogió una para ofrecércela al marinero. Tomó otra y de su interior extrajo una carne roja, babosa que inmediatamente engulló. Los marineros al verla se abalanzaron sobre los caracoles sin que el capitán pudiese hacer nada para impedirlo. El hambre era suficiente pretexto para su voracidad.

-¡Señores...señores! Ven...? A eso me refería.

La pareja orientó a los filibusteros a través de un pequeño sendero en la selva. Su reducto estaba situado muy cerca de la desembocadura de un angosto rio. La única forma de acceder hasta las chozas construidas sobre los arboles era trepando por los bejucos. Algunos vecinos que caminaban por la playa habían visto a los extraños y corrieron a advertirle a los demás. Desde sus mansiones arbóreas, como los súbditos de OPrasimi, descendieron como arañas sobre los filibusteros. Arrojaron su red sobre ellos y en cuestión de segundos, los inmovilizaron. Así fueron izados hasta las alturas de una de las chozas principales, donde residían Orasimi y Felipe. Todos, excepto el capitán permanecieron maniatados. Sólo a él se le permitió entrar en la habitación. Allí fué recibido sobre una estera repleta de frutos exóticos, al tiempo que le era servida una especial exquísites.

-¿Qué es eso? -preguntó.

-Uoka.-respondió Orasimi.

-Sigo sin entender. -replicó Pettit.

Lechuza aumada -dijo Felipe-cómala, no le aconsejo que la rechaze, Los Arawacos consideran un gran honor comerla. En ella mora el espíritu de sus ancestros que vuelan en la noche.

Pettit hizo una reverncia a regañadientes y mordió la presa.

-¿Bueno?-preguntó Orasimi.

-Si...Pettit asomaba una mueca como señal de aparente satisfacción y continuó comiendo, cuando sus anfitriones decidieron invitar a los demás comenzales, quienes bajo los efectos del hambre no hubiesen discriminado una lechuza de un zamuro.

Aquella oportunidad fué determinante para que Pettit y sus hombres se abastecieran antes de proseguir su viaje hacia Puerto MAcolla. Felipe fué elegido entonces por unanimidad "Cófrade de la Hermandad de la Costa". Sin que Felipe, ni Pettit lo advirtieran, el viejo Veraniego permaneció fuera del camarote y había alcanzado escuchar el relato de su hijo.

-Me preocupa Picaporte, tarda mucho en regresar.

-Con sus excusas señor, yo mismo iría a buscarlo.

Pettit volteó, sorprendido de escuchar esa voz. Felipe también reaccionaba con la misma actitud. Matildo Veraniego observaba sereno el islote frente a ellos.

-¿Qué dice Capitán?

-Tiene razón Walter, puede que los hombres esten en peligro, yo lo acompañaría. -dijo Felipe.

-No puedo arriesgarme, vuestro padre es tan valioso para mi como lo es para vos. -dijo Pettit con ansiedad.

-Te jugastes el pellejo en la Guaira para secuestrarlo ¿Qué interés tienes en él?

-Tranquilo, lo sábras a su tiempo.

 

 
 
 
 
         
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