IV

Motín a Bordo

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En la costa los ánimos parecían serenarse, algunosHome hombres armados permanecían en la playa. La gran mayoría se había dispersado en visperas de recibir a sus parientes y a los prevenidos visitantes. Sinamaica quien los encabezaba, iba al frente en la chalupa de abordaje. Veía fijamente a los hombres congregados en la playa y continuaba haciendo sonar el caracol. A poca distancia del bote donde navegaban los indígenas, Pettit y un grupo de siete filibusteros entre quienes se encontraba Felipe y un grupo de seis marineros de confianza, seguían a aquel.
Crucifijos de oro, collares de perlas, espejos, componían parte de los obsequios que los filibusteros llevaban a los nativos. La primera chalupa atracó sin contratiempo alguno. Quien parecía el lider entre los tripulantes, saltó a la orilla y se adelantó antes que los otros a la costa, donde ya parecía organizarse un comite de recepción. En la medida que aquel hombre, seguido de sus acólitos, caminaba en dirección hacia la aldea, los anfitriones se postraban ante él. Un tronco cubierto de plumas había sido descubierto. El hombre, quien al principio confundía su jerarquía, hasta ahora exhibida en plena desnudez, era envuelto con una vistosa bata confeccionada de plumas de pavo real, guacamayas y tucanes.
Desde su nuevo sitial, Sinamaica recibía como su anfitrión a los filibusteros. Pettit a la cabeza de sus hombres llevaba uno de los principales obsequios destinados al monarca. A los pies de éste yacía el caracol con el que había anunciado el arribo a sus subditos.
- Esto es para vos Sinamaica -dijo Pettit al soberano, descubriendo un collar de rubíes y esmeraldas incrustadas en oro.
El saqueo al puerto de la Guaira había provisto con suficientes alhajas a los filibusteros para pretender semejantes obsequios. Otros tesoros fueron rendidos ante el soberano: platerías de oro, templadas en Valladolid, consideradas las más costosas entre los colonos del Nuevo Mundo; cofres repletos de gemas de alucinantes colores, componían las ofrendas que los visitantes entregaban al cacique. De pronto, el monarca se levantó de su magnífico trono, golpeó varias veces el suelo con un cayado de coral negro y habló a la multitud.
- ¡Bienvenidos extranjeros! Queremos que su estadía entre nosotros sea placentera!
Aquel hombre dirigía la mirada hacia todos en general pero a Pettit en particular. Entre ellos parecía existir una curiosa conexión en la que sin importar la incomunicación linguística se entendían después de todo.
- La alianza entre nosotros es necesaria para defendernos de un enemigo común. Los españoles nos persiguen, esclavizan y violan nuestras mujeres. Ellos también son vuestros enemigos.
El silencio de la costa era parcial, sólo interrumpido por el sonido de las olas al romper en la orilla y el viento al atardecer. De vez en cuando alguno que otro canto de pájaros y chillidos de animales provenientes de la jungla, atentaba contra él.
- Los ayudaremos a reparar las canoas gigantes si vosotros nos apoyan contra un enemigo común y logramos reconquistar nuestras tierras que se encuentran en el Territorio del Gran Lago. Agradezco los obsequios y aspiraría hablar con vuestro jefe cuando hayan hecho los arreglos para reparar vuestras canoas gigantes.
Sinamaica se irguió y descendió del trono sin despegar la mirada de Pettit, quien lo observaba también con atención. Diez robustos guardas, armados con lanzas y escudos, lo escoltaron hasta la morada real. En la entrada, Anaconda aquella misteriosa indígena, su fogoza acompañante en las noches de pesadilla durante el cautiverio en Aroa y participe de su libertad en los Cayos de Chichiriviche, lo esperaba. Los visitantes fueron escoltados hasta una inmensa choza donde fueron hospedados. Pettit, fue llamado aparte mientras que el resto de sus hombres era alojado en la gigantesca mansión de palmas.
- ¿Qué será lo que estos salvajes quieren de el Capitán? -preguntó Hardeker.
- Lo que sea no nos incumbe. dispongámosnos a arrimar las embarcaciones hacia la playa. Hagamos las reparaciones. Cuanto antes nos marchemos mejor.
Black Jones, pata de fierro, O Kelly y Felipe platicaban entre sí. El viejo Veraniego observaba. Los hombres salieron prestos a iniciar las tareas. El proceso para vararlas sería largo y dificultoso. Varios marineros se internaron en la jungla provistos de hachas y suficiente cuerda para facilitarse el derribo de los arboles. Felipe y el viejo Veraniego observaban las labores de carenaje. Hombres iban y venían con cada oleada del mar.
- Si siguen trabajando a ese ritmo, en menos de una semana, los barcos estarán listos para hacernos a la mar ¿Qué piensas padre?
- ¿Y Luego? ¿Qué ocurrirá?
-¿Qué harán conmigo?
- No lo sé. sólo el Capitán lo sabe.
En los ojos de Veraniego iridesció un relámpago. Las primeras carabelas, las más fragiles empezaron a ser jaladas hacia la orilla. Cientos de hombres pulsaban su fuerza valiendose de una plataforma de rulos de madera que asida firmemente con cuerdas, permitió arrimarlas.
Transcurrieron dos semanas antes que las naves fueran carenadas. Numerosos caracoles, amasijos de coral y algas fueron desalojados de la arboladura de “El Trueno” y los otros barcos. Las fisuras y hendiduras fueron cubiertas con savia especialmente elaborada por los nativos para impermeabilizarlos. Suficientes víveres fueron embarcados; carne ahumada, frutas secas, cocos, bananas y platanos arrumaron las bodegas. Los filibusteros estaban preparados para zarpar.
Sinamaica en persona encabezó un grupo formado por veinte hombres. Los aldeanos salieron de su morada situada detrás de una selva de cocoteros. Todos se habían congregado en la playa para escuchar la extraña sonoridad de la guarura. Pettit sobre el puente del barco esperaba al cacique. A su lado se hallaban Felipe, Veraniego y Picaporte. Una nutrida andanada de Cañonazos fue disparada al momento que Sinamaica y su comitiva abordaban “El Trueno”.
- Picaporte conduce a estos hombres hasta los camarotes. Zarparemos hacia Coro, tenemos un asuntillo que arreglar por allí.
Los cuatro barcos con “EL Trueno” a la cabeza se deslizaban de nuevo raudos sobre las aguas poco profundas del Golfo Triste. atrás quedaba el islote mayor que les había servido de caleta para emprender la traves&iacutea. Una mañana despejada y un mar soñoliento anunciaban tiempo auspicioso para navegar. Desde el puente de la nave almirante el Capitán observaba fijamente el horizonte. Hombres allegados a Pettit se preguntaban los términos de la alianza entre aquel y Sinamaica. sabían bien que el Capitán no ofrecía con gratuidad tales concesiones.
- Lo vengo diciendo desde que zarpamos, el Capitán se trae algo raro con el salvaje.
- Es extraño de verdad Hardeker. Acepatar a estos hombres a bordo va más allá que el agradecimiento por los favores recibidos. ¿Qué piensas O ’Kelly? Black Jones notábase más inquieto que de costumbre. O’Kelly quien había abandonado su posición como cabo de velas para fumarse un tabaco fue contundente en su respuesta.
- Confio en el Capitán, el sabe lo que hace.
- De todas maneras, estos salvajes tendrán que batirse con los españoles si pretenden continuar a bordo. Pata de Fierro mecía su corpulenta humanidad. Trataba de impresionar a sus compañeros y demostrarles que podía mantenerse en equilibrio pese a su remedo de pie. Al frente del timón, Picaporte seguía el rumbo fijado por el Capitán. La navegación por esas aguas nunca lo inhibió. había que mantenerse a prudente distancia de la costa para evitar fondear o chocar contra los arrecifes. Hardeker aprovechaba para contarle a sus camaradas un memorable relato fraguado en aquellos parajes.
- Allí amigos, fue muy cerca de aquí, hacia aquel flanco que ven allá, los nativos lo llaman Punta Zamuro. Dicen las leyendas que un pajarraco gigantesco se estrelló precisamente en aquel punto.
- ¿sería por eso que ese promontorio quedó negro como la brea? Picaporte aflojaba una carcajada sin soltar el timón un sólo instante.
- Las plumas de aquel pajarraco debieron haberse pegado. Tu lo recuerdas bien, aquella escuadra española no pudo atraparnos a pesar del número y fuerza.
- Sí lo recuerdo - asintió Picaporte
- Veniamos muy cargados por lo que nos vimos obligados a deshacernos de buena parte del botín capturado a una fragata holandesa.
- Pero... ¿ Qué ocurrió? ¿ Lograron escapar?
- Casi.. la verdad es que tratando de evadir a los enemigos, llevandolos hacia los escollos también encallamos. Los tiburones hicieron el resto. La narración de Hardeker comenzaba a atraer la atención de los demás, quienes disimulaban realizar cualquier labor sólo para aproximarse al puente de proa y escucharlo.
- Vaya hasta público tengo... aquello era una inmensa prisión de corales y los tiburones se congregaban para disfrutar del festín, entre quienes estábamos, por supuesto.
- ¿Y Cómo se salvaron? - preguntaron varios al unísono.
- De milagro continuo entero.
- Pero yo no. -dijo pata de Fierro mostrando con desden su muñon de metal.
- Varios hombres lograron desembarcar. Nuestra chalupa fue la más expuesta a las dentelladas de los tiburones. Desde el primer momento que la echamos al agua hasta que atracamos en la orilla nos persiguieron. Estaban hambrientos que no me explico como llegamos con algo de remos a la playa.
De pronto ante la sorpresa de todos, varios de los hombes de Sinamaica aparecieron sobre el puente. Los filibusteros no se acostumbraban tan fácil a al proximidad de los advenedizos. De cualquier manera tendrían que hacerlo. parecía que el Capitán estaba determinado a navegar con ellos todavía por un buen tiempo. Adentro del camarote de Pettit se llevaba a cabo una impostergable conversación.
- Estoy seguro que vuestra madre se halla en el “Territorio del Gran Lago”. Yo mismo la acompañé en numerosas incursiones contra los españoles. Se encuentra cerca entre nosotros pero ignoro cuanto podrá resistir el ataque de las hordas Wayus que desde hace Años luchan contra nuestro pueblo, instigados por el enemigo.
- Necesitamos tomar Coro, proseguir nuestro viaje hacia Paraguana. Atracar en Puerto Macolla, prepararnos para asaltar Maracaibo e iniciar desde allí el viaje para rescatarla. ¿resistirá?
- Ya lo creo, vuestra madre es una mujer muy valerosa y decidida. Tuvo la voluntad y el ingenio para unir dos pueblos: Caribes y paraujanos, juntos enfentamos a los españoles y hemos salido airosos.
- En nuestra última conversación en “Puerto Flechado” me decías que ella había sido rescatada por vuestra gente en alta mar; y había un hombre blanco que la acompañaba ¿Qué ocurrió? ¿sobrevivió?
- La canoa gigante navegaba a la deriva. Muchos de los hombres habían muerto y los que no, habían fallecido, estaban enfermos, al borde de la muerte. Aquel hombre parecía un despojo. Lo llevamos a tierra junto con vuestra madre. Tratamos de reanimarlo con la mediación del piache que conoce a fondo los secretos de la enfermedad. pero... fue inutil, murió. Un ruido de pasos precipitados con violencia por las escaleras en dirección al camarote del Capitán, interrumpió abrupatamente la conversación. Felipe venía acompañado de su padre. Ambos eran detenidos por Pettit, quien advertido por el estruendo los esperaba en la puerta.
- Qué ocurre Felipe? ¿ A Qué se debe la algarabía? El viejo Veraniego se anticipó a la respuesta de su hijo.
- Los hombres est&aacuten instigando a los visitantes, puede haber probemas.
Sinamaica, quien junto con Cocorote habían escuchado corrió con el Capitán hasta el puente. En efecto los filibusteros estaban por irse a las armas y los subditos de cacique hacían bandir sus lanzas. La irrupcón de Pettit había sido demasiado oportuna. Un minuto después y hubiese significado seguro derramamiento de sangre.
- ¿ Qué significa esto? ¿ Quién inició la riña? - preguntaba el Capitán, con autoridad, mas sin perder el control en ningún instante. recibió la respuesta más pronto de los que esperaba
-¡Capitán quienes hemos navegado a su lado enfrentando toda suerte de peligros nos oponemos a la permanenecia de estos salvajes a bordo! Años enfrentando borrascas en el mar; arriesgadas expediciones en pos del botín; naufragios a riesgo de su propia vida, no podían compararse con el primer motín a bordo. Pettit sabía que se jugaba el todo por el todo en ese momento. El delicado hilo de la confiaza, cosido a través de imnumerabes pruebas estaba a punto de romperse.
- ¡señores. mi madre se encuentra en el Territorio del Gran Lago. Este hombre nuestro invitado en esta traves&iacutea sabe su paradero exacto! Sinamaica la salvó de la muerte durante un naufragio cerca de aquellas tierras. Ella está a salvo entre la gente del cacique. Lideriza a los nativos que viven por aquellos lugares y lucha contra los renegados apoyados por los españoles. Sinamaica ha sido su protector hasta que fue esclavizado por los españoles y logró escapar. Los ánimos de los filibusteros comenzaron a aplacarse mientras Pettit argumentaba las razones para la permanenecia del cacique Paraujano y sus hombres a bordo.
- ¡Doy fé de las palabras del Capitán! El viejo Veraniego intervino desde su posición de convidado de piedra.
- ¡ El viejo no tiene vela en este entierro! - refunfuñó Salmuero
- ¡ no... dejenlo que hable! El Capitán no salía de su estupor, mientras Veraniego se dirigía a la tripulación con pasmosa serenidad.
- O ’Kelly puede dar fé de mi relación con Moustache a quien conocí en el negocio de la trata de negros en Haití. Ha guardado lealtad al hijo del filibustero desde que Moustache arrebató a Dorothy de su padre Jacinto Bucanans. Como quizas pocos saben, este hombre, un de los más acaudalados en las colonias puso precio a su cabeza.
Los ojos de los piratas estaban clavados en Veraniego.
- Pudo más el arrojo del filibustero que la famosa bebida que Bucanans destilaba en Trinidad para capatar busca recompensas. Durante una tempestad que nos sorprendió navegando muy cerca de Jamaica, gran parte de la tripulación fue barrida por el mar. El Rayo se partió como una nuez, yo mismo fuí expulsado al mar. Me ví a la deriva durante mucho tiempo hasta que fuí rescatado por un bergantín español que me llevó a la Guaira.
Hasta el momento Veraniego había demostrado una serenidad notoria ante aquellos hombres, habituados a que sus palabras no se anticipacen al lance de sus sables. Felipe lo escuchaba, incapaz de reservarse una secreta admiración. Black Jones, quien pese a su atención por el relato de Veraniego, también escrutaba el mar, dió la voz de alerta.

 
   
 
 
 
   
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