V
La Batalla de Punta Zamuro

-¡Galeones españoles a babor..! Como un relámpago
Pettit brincó sobre el puente de mando: "¡desplieguen
velas, artilleros a sus puestos, preparense a atacar!".
Cañonazos enemigos sorprendían a los tripulantes
de "El Trueno" y las otras embarcaciones. "La
Gitana", una de las carabelas de la escuadra filibustera
era partida en dos por un proyectil disparado con tino destructor
desde uno de los tres galeones españoles. El más
pequeño estaba artillado con sesenta bombardas. Pese
a su tamaño y fortaleza, las embarcaciones españolas
no podían competir con la rapidez de los barcos filibusteros.
-¡Preparense -gritó Pettit- avanzaremos a babor,
trataremos de rodear la nave almirante con fuego cruzado
y luego la abordaremos!
Los artilleros no cesaban de disparar. Súbitamente
una nube tan densa como la brea, envolvió a los barcos.
Los galeones contestaban el fuego de los filibusteros con
andanadas cerradas. "El Trueno" había escapado
de la linea de tiro enemiga y hacía amages para colarse
hasta su objetivo. Las embarcaciones pequeñas se
alinearon junto con aquella y arremetieron contra los galeones.
Las descargas eran incesantes de parte y parte. Pronto las
carabelas se colocaron a distancia conveniente para distraer
la nave almirante de la proxímidad de "El Trueno".
Gruesos leños de madera colocados a manera de empalizada
sobre el castillo de proa y la popa, permitían que
el galeón corsario pudiese resistir las descargas
de los españoles y consiguiera arrimarse hasta la
borda contraria para iniciar el asalto.
-¡Al abordaje filibusteros! La metralla esparcida
contra el barco enemigo destruía parte del puente
principal y barría la tripulación que estuviese
a su alcance. Los corsarios se arrojaron como demonios sobre
la cubierta del galeón. Las embarcaciones pequeñas
cubrían el abordaje iniciado desde "El Trueno".
Muchos náufragos, sobrevivientes de la destrucción
de la carabela remaban en chalupas hacia los barcos aliados
en medio de un mar erizado por el fragor de la batalla.
La lucha cuerpo a cuerpo era terrible.
Los españoles ofrecían enconada resistencia.
Los filibusteros se abrían paso con el filo de sus
pesados sables. Pettit semejaba una saeta. Repartía
tajos a diestra y siniestra. Para sorpresa de éste,
Matildo Veraniego esgrimió la espada también,
pero para dirigirla contra sus compatriotas. Sinamaica y
sus hombres se batían asimismo con bravura. Las lanzas
arrojadas con acertada puntería causaban estragos
entre el enemigo. Con un pequeño esfuerzo de sus
pulmones, los dardos arrojados desde las largas cerbatanas
silenciaban vidas. De poco servían los yermos de
los españoles contra aquellos minúsculos alfileres
envenenados que conseguían interesar puntos vitales.
La resistencia de los agresores se prolongó más
allá de las expectativas de los agredidos. Después
de un combate de varias horas los filibusteros lograban
someterlos. Uno de los galeones fue tomado, mientras que
el otro huía maltrecho. La metralla y las balas de
los cañones habían causado destrozos evidentes
en dos de las carabelas. Ambas habían sufrido roturas
considerables en el espolón de proa y una de ellas
había perdido el palo de contramesana. Las descargas
disparadas desde los galeones habían barrido el castillo
de proa de las pequeñas embarcaciones donde se concentraba
buena parte de los cañones y que ahora servía
de refugio para los náufragos y heridos.
El galeón capturado había perdido el palo
mayor y la destrucción de un número apreciable
de las vergas del velamen. más de un centenar de
hombres de ambos bandos estaban muertos o gravemente heridos.
Los guerreros de Sinamaica habían muerto en su mayoría.
Pese al lamentable saldo de vidas y barcos, los filibusteros
celebraban la victoria; disparaban los cañones de
los cuatro barcos. "El Trueno" sobresalía
entre todos, su andamiaje se exhibía integro, con
la salvedad de algunos mordiscos dejados por las balas enemigas
y varias velas agujereadas.
-Estamos muy cerca de Coro, debemos hacer los preparativos
antes del asalto. Si no lo arrastra la marea antes contra
los escollos, el galeón que escapó puede prevenir
a a población antes que lleguemos. El Capitán
hablaba con Felipe, junto con él se hallaba su padre,
quien se ajustaba una tira alrededor del brazo para cubrirse
una herida infligida durante el combate.
-Es un valiente Don Veraniego ¿Por Qué empuñó
las armas contra vuestra propia gente?
Hombres iban y venían llevado a sus compañeros
en camillas improvisadas. Otros se repartían la carga
del botín que los españoles defendieran tan
fieramente. Felipe estaba atento ante el tropel de marineros
que transitaban por la cubierta, mientras el Capitán
hablaba con su padre.
-No tenía alternativa o me defendía o me mataban
también. - De cualquier manera viejo se condujo como
uno de los nuestros Pettit no pudo evitar abrazarlo y continuar
con sus obligaciones al frente del barco.
-¡Catalufo, Pata de Fierro! vayan a la Santa María
del galeón y háganse de toda la pólvora
que puedan. Esta noche arrimaremos hacia Punta Zamuro. Tengo
un plan para llevarlo a cabo cuando asaltemos Coro.
Pese a los destrozos notorios en las embarcaciones pequeñas,
los filibusteros lograron anclar frente a una ensenada donde
resaltaba una descomunal roca negra, similar al perfil de
un ave de rapiña. Con las carabelas se arrimaba también
el galeón aprehendido. Pese a ser una noche majestuosamente
estrellada, los oficiales y hombres al mando se reunieron
a puerta cerrada en el camarote del Capitán. Por
lo general, tal intimidad en la impartición de ordenes
no se estilaba desde los tiempos que Moustache Pettit vivía.
-Qué se traerá el Capitán entre manos.
Tenemos suficiente pólvora para volar Puerto Cumarebo
y Coro juntos, pero nuestras naves no están en las
mejores condiciones.
Black Jones al igual que Catalufo y la mayoría de
los marineros no podía pegar un ojo aquella noche.
Alguno, sin embargo, vencidos por el cansancio de una larga
refriega habían capitulado ante el agotamiento. Bajo
cubierta Pettit y sus oficiales daban los últimos
ajustes al plan de ataque.
-He convocado éste encuentro extraordinario en vista
de la cercanía de la proxímidad de esta expedición.
Estoy consciente del deplorable estado en que quedaron nuestros
barcos.
La estancia del Capitán era pequeña, estrecha
e iluminada sólo por la débil flama de unas
cuantas velas.
-Si empleamos el barco capturado como señuelo confundiremos
a los españoles. Antes que puedan advertir la trampa
caeremos sobre ellos por detrás, donde sus baterías
están menos desplegadas.
-¿Y donde atracaremos? Estaremos retirados de Coro.
-Salmuero no podía contener su nerviosismo.
-Un poco más allá de Puerto Cumarebo existe
una pequeña rada donde podremos anclar y desembarcar.
No está muy lejos de Coro. Estoy seguro que podremos
hacerlo. -aseguró el Capitán.
-Pero los hombres están cansados, no han parado de
batallar.
-No los conoces. Noticias de botín cercano revive
en ellos fuerzas insospechadas. Los conozco Felipe ¡señores!
si no hay otra proposición, sugiero que se vote por
el asalto por tierra a la ciudad. Todos levantaron las manos,
menos Salmuero, quien desaprobaba el ataque desde un principio.
De cualquier manera el filibustero debió ceder a
la decisión de la mayoría. El consenso era
indiscutible.
-Bien, nos dividiremos en dos grupos. Uno comandado por
Felipe y Hardeker. Ellos irán al frente de un contingente
de doscientos hombres a través del camino que conduce
hasta el poblado. Picaporte y yo dirigiremos el ataque por
mar cuando hayamos dado la señal para iniciar el
asalto, usando el galeón como brúlote*. Si
no hay más opiniones les recomiendo dormir, mañana
tendremos un día bastante movido. El primero en salir
del camarote fue Salmuero, lo siguieron Picaporte y Hardeker.
felipe se dirigió a la cubierta. Veraniego permaneció
con Pettit.
-No creo que la irritación de los hombres se haya
disipado del todo. Espero que este recorrido juntos en búsqueda
de mi madre, esclarezca la situación. Sinamaica me
hablaba de un hombre de edad, alto y fornido que viajaba
en el barco que encontraron a la deriva. ¿Quién
era él?
-Es tarde ahora, mis párpados ceden ante la voluntad
de hablar.
-Aunque si tuviste voluntad para hablarle a la tripulación
amotinada- dijo Pettit en un rapto de atrevimiento.
Súbitamente, la mirada del filibustero adquirió
otra intensidad. En sus ojos negros resplandecía
la llama de un interés acuciante.
-Muy bien... de cualquier manera tarde o temprano lo sabrías...
vuestro padre estaba a bordo. Las leyendas referían
que una noche las entrañas de la tierra rugirían
y vomitarían fuego por la gran boca que alcanza el
cielo. Apenas hubo tiempo de embarcarnos.
-¡Fue terrible! La gente corría por todas partes
presa del pánico. Se dice que nadie quedó
con vida para contar lo que ocurrió en "La Isla
de las Nutrias Voladoras".
-¿Y a todas estas que fue de mí?
-Estabas por nacer. Nos tocó emprender un largo viaje
a través de territorios hostiles. Los españoles
siempre fueron enemigos de vuestro padre. No recuerdo cuanto
tiempo pasamos a la deriva y sin víveres. Por fortuna,
vuestra madre sobrevivió. Si está en algún
lugar del Caribe créeme que la hallaremos. El viejo
Veraniego se levantó repentinamente de la butaca
y salió del camarote, siempre bajo la persistente
mirada de Pettit.
*Embarcación utilizada
como señuelo para abordaje o distracción en
enfrentamientos navales
