IX

Mácolla

barco12

Un hombre alto, muy delgado y con un inconfundible color aceitunado encabezaba la comitiva de bienvenida. A todos ofrecía un apretón de manos familiar.Home Sin embargo para Sinamaica y Veraniego no parecía así.
-¿Es Juan Bienaventurado? -preguntó Matildo.
- ¿Quién más podría ser? -respondió Valentín.
-¡Por poco me tritura los dedos!
-Estoy de acuerdo -dijo Sinamaica sobándose la mano también.
El resto de los hombres comenzaba a acercarse para darle la bienvenida a los viajeros. Por medio de burros se acarreó lo más valioso que pudo conservarse del botín amasado en Coro. Salmuero ya se había adelantado a los hombres que llevaban las bestias y se cuidó de cargar la suya con las joyas que pudo ocultar durante la peligrosa travesía.
Chichito, Isaul, José y Bernabé marchaban al frente del contingente. El mirador distaría unos ochocientos metros de la costa; situado en la cima de una prominente colina, los moradores podían observar con facilidad las embarcaciones que surcaban esas aguas y las penetraciones de arrojados advenedizos que se atrevieran a llegar hasta este territorio.
A modo de trinchera natural, una extensa empalizada de cactus obstaculizaba el acceso por tierra. Las serpientes prevendrían a más de un temerario de acercarse. Y por mar, los escollos y los cañones dispuestos a lo largo de una fortificada barrera costera harían vacilar al primer osado. La mayoría de los filibusteros habían permanecido en el poblado, situado enfrente de la costa. Pettit, Felipe y sus invitados subieron hasta El Mirador.
A los pies de la colina a pocos metros de la elevada edificación, despuntaban dos viviendas. allí vivían Juan Bienaventurado y su familia, quienes a su vez le concedieron alojamiento a Hernández, Veraniego, y Sinamaica. Sin más, el cacique se rindió sobre una hamaca.
-¡Esta noche habrá celebración hasta el amanecer, hay que descansar y prepararse. Desde ahora mi casa es la vuestra!. -Pettit fue terminante.
Una india de cabellos larguísimos aguardaba por el filibustero apoyada contra la puerta. Pettit entró y ella lo abrazó. Con el pie, todavía de espaldas, Pettit empujó la puerta hasta cerrarla. -¡Hola Yokoima...! ¿Ha pasado tiempo no?
-Ni lo digas... Vestida como Eva, Yokoima comenzó a desnudar a Pettit. La hamaca resultaba amplia para ambos. El viento entraba con violencia en la larga estancia poblada de ventanas. El lecho aéreo se movía más por la gimnasia de la pareja que por el empuje del viento.
Felipe había salido hacia Guaimú. Parecía haber en aquella aldea suficiente queso elaborado para colmar las bocas esa noche. Hilario se había dedicado a la producción del alimento. En la casa baja del Mirador, Juan Bienaventurado, Matildo Veraniego y Valentín Hernández conversaban. Era una ocasión muy especial para este último, quien volvía a reencontrarse con Bienaventurado después de un largo tiempo.
-¡Nutrias de todos los mares! ¿Qué haces aquí? La última vez que supe de ti vivías en Puerto Cumarebo.
-¿Sigues domesticando nutrías?
-¡No ahora domestico delfines!
-Bromeas...eso tengo que verlo -replicó Valentín Hernández .
-Amigo despejaré tus dudas esta misma noche, la invitación es también para ti Veraniego. El viejo Bienaventurado salió presto de la casa a recibir a Felipe que regresaba junto con cuatro bestias cargadas de queso.
-Nadie morirá de hambre esta noche -dijo- Tenemos tanto queso hasta para enviarle a los holandeses, ellos siempre nos han provisto muy bien.
-¿De qué?-Preguntó con picardía Felipe.
-¿De qué crees?
-Fue una lastima que la mayor parte del botín se hundiera con la embarcación...total, botín es lo que sobra. Esta noche se decide el asalto a Maracaibo. Felipe continuó su camino hacia la taberna del pueblo donde se hallaban reunidos, varios filibusteros habían apilado algunos barriles de vino que descargaban de "El Trueno". Cuatro hombres se habían anticipado a la celebración de bienvenida que por tradición se festeja en Villa Macolla siempre que arriba un "Hermano de la Costa". Catalufo, Hardeker, Pata de Fierro y Black Jones bebían entusiasmados hacia un rincón de la barra.
-¡Bienvenido Felipe! ¿por qué no nos acompañas con este vino asturiano que rescatamos de las cenizas en Coro?
-Gracias compadre, quizás más tarde. Voy a colgar una hamaca el sueño no espera por mí.
-Bueno. después no te lamentes
-Por este vino empeñaría la vida -dijo Catalufo. -¡Animate un trago nada más! Antes que felipe hablara una voz ronca y entrecortada se le adelantó.
-¡Yo le haré honor a ese vino asturiano! Salmuero se aproximó a la barra dispuesto a que su deseo fuese satisfecho.
-¡Oye Salmuero bébete mi trago y hazlo a mi salud! -Felipe fue terminante.
-A vuestra salud viejo - y se empinó el trago completo. Felipe dió la espalda para retirarse a dormir bajo la sombra del árbol más vetusto de Macolla. Esa noche, la taberna se sacudió con el bullicio de los filibusteros. Era una ocasión extraordinaria para disiparse de los difíciles días que los asediaron en alta mar; singular festividad también entre "Los Hermanos de la Costa" para alegrar el alma de los camaradas que no regresaron con ellos y navegan en otras aguas, más allá de esta vida.
Aunque los días que transcurrieron en alta mar las mujeres eran prohibidas a bordo, ya en tierra firme, los marineros podían relajar sus instintos casi adormecidos por largas privaciones. Un grupo de músicos se valía de laudes, flautas y violines para armonizar el ambiente. Pettit se hallaba reunido con sus lugartenientes en un largo mesón. En el otro extremo se encontraba Vander Bush y sus hombres de confianza. En ese momento se discutían detalles de la expedición de asalto a Maracaibo que tendría lugar los próximos días.
-¡Un brindis de larga vida al Capitán Pettit! -exclamó Vander Bush.
-Yo deseo hacer otro: ¡larga vida a Vander Bush por el éxito de esta expedición a Maracaibo y la consolidación de una fructífera relación para la "Cofradía de los Hermanos de la Costa"...¿Donde está Bienaventurado, Veraniego y Hardeker?
-¿Por qué no están con nosotros? -preguntó Pettit.
-Salieron a ver delfines -respondió Felipe. Una ruidosa carcajada se desató en todo el recinto
-¡El viejo todavía sigue embaucando a otros con esa historia como que halló otro par de tontos
-dijo Salmuero.
Pettit observaba con frialdad al corsario.
-La ignorancia vuelve a los hombres audaces -dijo.
De pronto, el silencio fue apoderándose poco a poco del recinto. Aún los más locuaces habían enmudecido para escuchar las palabras de Pettit.
-Los hombres que decidieron, sin que nadie los empujara contra su voluntad formar parte de "La Cofradía de los Hermanos de la Costa", saben que el respeto por la libre elección de un cofrade es incuestionable y además un principio sobre el que se basa nuestra sociedad. Juan Bienaventurado es libre de creer y propagar lo que piensa sin que ninguno de nosotros coarte ese derecho. Pero que yo sepa...aquí nadie se ha muerto. ¡Qué siga la fiesta!
Acompañado de sus leales hombres Pettit dejó la taberna de Macolla no sin antes despedirse de su invitado holandes con quien ya había acordado el respaldo de hombres y barcos con que contaría para invadir Maracaibo.
Las noches de luna llena son tan vivas como días soleados en esas regiones. Los cinco hombres se dirigieron hacia la "bahía del LLoroso", un lugar poco frecuentado, donde dicen las leyendas, un recién nacido fue salvado de un naufragio y conducido por una delfina hasta la orilla. Desde entonces, el misterio de ese vástago continúa impresionando a los moradores de Macolla.
 

 
   
 
 
 
   
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