VIII

Paraguaná

barco13

El trueno orzaba sigiloso con suficiente empuje de viento hacia las costas de Paraguaná.Home La embarcación atracaría en tierras caquetías. Durante aquella época los indígenas eran aliados de los españoles, quienes habían hecho un pacto tácito de no agresión con aquellos, si los caquetios permitían que los conquistadores pudiesen vigilar sus arrebatados dominios en la península.
-Ya he estado antes por aquí, Recuerdo los enfrentamientos que tuvimos con los hombres de "Las Islas de los Gigantes".
Sinamaica quien también había atravezado también una recia prueba como el resto de los marineros frente a la tormenta, indicaba a Pettit un recodo de la costa que le había tocado recorrer.
-Para mañana después de apertrecharnos con la ayuda de los aborígenes podremos estar llegando a Puerto Macolla.
Al lado de Pettit también se encontraba el viejo Valentín, quien no esperó a ser invitado para intervenir en la conversación.
-Quizás los caquetios no me resulten tan familiares a mí como lo son para vos -pettit miró reflexivo al viejo Hernández.
Matildo Veraniego quien desataba algunos nudos de los cabos de las cofas se acercó para escuchar la conversación.
-Yo sé quien es vuestro padre... se llama Juan Bienaventurado...lo conozco desde hace años. Sé que vive por este territorio.
- Continua Valentín - emplazó Pettit.
-Juan Bienaventurado había venido desde "La isla de los Gigantes". Conoce este desierto como la palma de su mano...me costaría creer que no fuiste formado por él, un marinero veterano conocedor de las aguas del Caribe.
-Desearía conocer a ese hombre -dijo Sinamaica- Recuerdo que todavía eras un crío cuando fuiste raptado por una tribu enemiga. Tu madre, quien se había ganado el aprecio de mi pueblo organizó batidas para encontrarte, pero fue inútil. No pudimos dar contigo.
-¿Qué interés podía tener en raptarme?
-preguntó Pettit.
-Forzarme a capitular - contestó el cacique.
-Por fortuna.- interrumpió el viejo Valentín- no fuiste obligado a tomar tal decisión La canoa en que viajaban naufragó, sus tripulantes murieron y recién nacido arribaste milagrosamente a Puerto Macolla. Las leyendas dicen que Juan Bienaventurado era jinete de Nutrias y pudo rescatarle infante aún, Otras versiones dicen que un delfín te salvó de morir ahogado.
-¿Y Usted que creé Capitán? -preguntó el viejo Veraniego.
-Lo dejo a su libre interpretación -dijo Pettit, sin poder ocultar muestras de hilaridad. Dejábase colar una impresión de incredulidad y sospecha por parte de Hernández.
En ese momento, el contramaestre arribada preocupado a informarle a Pettit. Matildo y Valentín cruzaban miradas de complicidad al momento de retirarse el Capitán.
-¿Cual es el problema Felipe?
-Varios hombres por iniciativa de Salmuero pretenden desembarcar. Dicen que los nativos pueden avituallarnos.
-Menudo lío en que se meterá Salmuero si su poder de convencimiento entre los Caquetios no da resultado.
Comenzaba a clarear, la tormenta se disipaba con celeridad. Desde el puente de mando, los corsarios saludaban con cañonazos el pequeño bote abordado por siete hombres. Hardeker navegaba con ellos. Desde muy joven, siendo todavía un aprendiz de marino varó en esas tierras y fue acogido por los Caquetios.
-Parece gente de Jadacaquiva -.dijo Hardeker.
-Podrían ser hasta españoles, pero si nos ofrecen comida no alcanzaría a distinguirlos
-dijo Salmuero.- sin poder contener una carcajada.
Sin embargo, nadie de quienes remaban son empeño le hizo eco. Los ánimos estarían también apagados por el cansancio acumulado durante la tensa jornada. Aunque confiaban plenamente en Hardeker, mas de uno evidenciaba su inquietud por la calidad de la acogida que recibirían. Había pasado mucho tiempo desde que el escocés partiera de esos territorios.
En la orilla, las hogueras encendidas la madrugada que "El Trueno" fondeaba, eran vivos rescoldos aún. El pueblo se congregaba en la playa para recibir a los visitantes. Hardeker fue el primero en brincar al agua y correr con ésta a la altura de las rodillas hasta la orilla. Agitaba las manos sobre su cabeza y gritaba palabras en una lengua extraña. El escocés era recibido en la playa por un grupo de cuatro guerreros que lo escoltaron hasta el interior de la aldea.
-Ni modo -dijo salmuero- tendremos que esperar su señal y yo con el hambre que tengo.
-Tranquilo hombre...Hardeker, nunca falla en estos negocios, conoce a los Caquetios mejor que a su sombra -. dijo Catalufo.
Al rato, Hardeker regresaba. Con un potente silbido llamaba a sus compañeros. La gente que estaba con él parecía estar de acuerdo con él.
-¡Estoy bien!... estoy bien. Aquí estaremos a salvo. Por fortuna, entre ellos había allegados que pudieron reconocerme, de otro modo, desde cuando hubiesen dando cuenta de nosotros.
Los filibusteros embarcaron tunas, codornices y conejos. Se dispusieron a regresar a "El Trueno".Sin embargo, las provisiones recabadas por la avanzada exploratoria no hubiese podido colmar el hambre de los marineros para un di de navegación. Dada la apertura mostrada por los nativos, Pettit delegó tres chalupas más, casi vacías para avituallarlas y aguantar así los rigores del picado mar que sacude el norte de la península de Paraguaná.
-No tuviste mayor inconveniente Hardeker, eres otro pariente dentro de la familia de los salvajes -dijo Pata de Fierro, aflojando una brutal carcajada.
El marinero obviándolo se dirigió hacia el puente de jarcias para ayudar a O'Kelly a desplegar el velamen. Catalufo, uno de los marineros más ágiles de la tripulación trepó hasta lo alto del gallardete mayor. desde arriba avisó a sus compañeros.
-¡Mar en calma, nada a babor...nada a estribor!.
La gruesa arboladura de "El Trueno" penetraba las aguas que bordean Paraguaná, hasta internarse mar adentro en dirección hacia "la Isla de los Gigantes".
Habiendo navegado hasta el puerto en que desaparece la línea de tierra orientaron de nuevo la proa hacia barlovento para pasar a suficiente distancia de la zona de bajíos y arrecifes donde muchos barcos llegan a perderse sin salvación.
Era un territorio no sólo colonizado por los españoles hasta la zona del interior, también filibusteros holandeses eran vistos con frecuencia a lo largo de sus costas. Las leyendas los hacían en un punto situado al extremo norte de la península llamado Puerto Macolla. Desde allí preparaban expediciones de asalto a importantes ciudades como Maracaibo a orillas del lago que le da su nombre.
La tripulación estaba extenuada, difícilmente los filibusteros podrían enfrentar de nuevo otro ataque de los hombres o riesgo de tempestad. El trayecto de vuelta era conocido por el piloto. Sin embargo, representaba todavía un riesgo potencial hasta para los marineros más avezados. La rompiente a los largo del Cabo San Roman está erizada de rocas filosas, capaces de cortar la quilla de los barcos como mantequilla. Las olas llegan a alcanzar hasta cuatro metros donde el viento embiste con más fuerza. Una caravana de tiburones escoltaba a "El Trueno" en su viaje de regreso a casa. Pero los escualos no nadaban solos. Varios delfines acompañaban a aquellos saltando uno, al lado del otro, disputándoles el lugar. Pettit, observaba con detenimiento las cabriolas de "Los Guamachines", como eran conocidos por los lugareños.
-¿ Le traen viejos recuerdos esos delfines?
El viejo Valentín había subido hasta el puente de mando y abordaba a capitán sobre un asunto que lo intrigaba.
-¿Qué cree usted? -.preguntó Pettit.
-Yo preferí no arrojarme, aún siendo pariente cercano de esos animales y menos aún con sus acompañantes rondando.
El viejo Hernández orientó con prudencia el tema de su conversación, aunque ya su interlocutor se había desplazado hacia lo alto de puente de mando desde donde impartí ordenes al resto de sus subordinados. Black Jones había trepado hasta el gallardete mayor y desde allí gritaba: "¡Tierra a la Vista!"
-¡Picaporte mantén el rumbo, la costa está llena de escollos. Cualquier desatino con el timón y encalla el único barco que nos queda!
Sobre una colina, una hermosa casa de techos rojos asentada sobre un profuso bosque de cactus recibí a los visitantes. En la costa despuntaba un alto y macizo muro de rocas. A lo largo de la muralla, se desplegaban sesenta espingardas que no recibirían a los filibusteros de otro modo sino para celebrar su arribo. Las detonaciones no se hicieron esperar, como tampoco la respuesta de "El Trueno".
Los filibusteros retornaban a casa luego de una prolongada travesía a lo largo de la costa venezolana. Muchos camaradas habían muerto en el viaje. Sin embargo, quienes tenían la fortuna de regresar no podían contener la dicha. En el puerto hacia la punta del muelle, una muchedumbre aguardaba con afán que el barco atracara. Esa noche nadie dormiría.

 
   
 
 
 
   
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