VIII
Paraguaná

El trueno orzaba sigiloso con suficiente empuje de viento
hacia las costas de Paraguaná.
La embarcación atracaría en tierras caquetías.
Durante aquella época los indígenas eran aliados
de los españoles, quienes habían hecho un
pacto tácito de no agresión con aquellos,
si los caquetios permitían que los conquistadores
pudiesen vigilar sus arrebatados dominios en la península.
-Ya he estado antes por aquí, Recuerdo los enfrentamientos
que tuvimos con los hombres de "Las Islas de los Gigantes".
Sinamaica quien también había atravezado también
una recia prueba como el resto de los marineros frente a
la tormenta, indicaba a Pettit un recodo de la costa que
le había tocado recorrer.
-Para mañana después de apertrecharnos con
la ayuda de los aborígenes podremos estar llegando
a Puerto Macolla.
Al lado de Pettit también se encontraba el viejo
Valentín, quien no esperó a ser invitado para
intervenir en la conversación.
-Quizás los caquetios no me resulten tan familiares
a mí como lo son para vos -pettit miró reflexivo
al viejo Hernández.
Matildo Veraniego quien desataba algunos nudos de los cabos
de las cofas se acercó para escuchar la conversación.
-Yo sé quien es vuestro padre... se llama Juan Bienaventurado...lo
conozco desde hace años. Sé que vive por este
territorio.
- Continua Valentín - emplazó Pettit.
-Juan Bienaventurado había venido desde "La
isla de los Gigantes". Conoce este desierto como la
palma de su mano...me costaría creer que no fuiste
formado por él, un marinero veterano conocedor de
las aguas del Caribe.
-Desearía conocer a ese hombre -dijo Sinamaica- Recuerdo
que todavía eras un crío cuando fuiste raptado
por una tribu enemiga. Tu madre, quien se había ganado
el aprecio de mi pueblo organizó batidas para encontrarte,
pero fue inútil. No pudimos dar contigo.
-¿Qué interés podía tener en
raptarme?
-preguntó Pettit.
-Forzarme a capitular - contestó el cacique.
-Por fortuna.- interrumpió el viejo Valentín-
no fuiste obligado a tomar tal decisión La canoa
en que viajaban naufragó, sus tripulantes murieron
y recién nacido arribaste milagrosamente a Puerto
Macolla. Las leyendas dicen que Juan Bienaventurado era
jinete de Nutrias y pudo rescatarle infante aún,
Otras versiones dicen que un delfín te salvó
de morir ahogado.
-¿Y Usted que creé Capitán? -preguntó
el viejo Veraniego.
-Lo dejo a su libre interpretación -dijo Pettit,
sin poder ocultar muestras de hilaridad. Dejábase
colar una impresión de incredulidad y sospecha por
parte de Hernández.
En ese momento, el contramaestre arribada preocupado a informarle
a Pettit. Matildo y Valentín cruzaban miradas de
complicidad al momento de retirarse el Capitán.
-¿Cual es el problema Felipe?
-Varios hombres por iniciativa de Salmuero pretenden desembarcar.
Dicen que los nativos pueden avituallarnos.
-Menudo lío en que se meterá Salmuero si su
poder de convencimiento entre los Caquetios no da resultado.
Comenzaba a clarear, la tormenta se disipaba con celeridad.
Desde el puente de mando, los corsarios saludaban con cañonazos
el pequeño bote abordado por siete hombres. Hardeker
navegaba con ellos. Desde muy joven, siendo todavía
un aprendiz de marino varó en esas tierras y fue
acogido por los Caquetios.
-Parece gente de Jadacaquiva -.dijo Hardeker.
-Podrían ser hasta españoles, pero si nos
ofrecen comida no alcanzaría a distinguirlos
-dijo Salmuero.- sin poder contener una carcajada.
Sin embargo, nadie de quienes remaban son empeño
le hizo eco. Los ánimos estarían también
apagados por el cansancio acumulado durante la tensa jornada.
Aunque confiaban plenamente en Hardeker, mas de uno evidenciaba
su inquietud por la calidad de la acogida que recibirían.
Había pasado mucho tiempo desde que el escocés
partiera de esos territorios.
En la orilla, las hogueras encendidas la madrugada que "El
Trueno" fondeaba, eran vivos rescoldos aún.
El pueblo se congregaba en la playa para recibir a los visitantes.
Hardeker fue el primero en brincar al agua y correr con
ésta a la altura de las rodillas hasta la orilla.
Agitaba las manos sobre su cabeza y gritaba palabras en
una lengua extraña. El escocés era recibido
en la playa por un grupo de cuatro guerreros que lo escoltaron
hasta el interior de la aldea.
-Ni modo -dijo salmuero- tendremos que esperar su señal
y yo con el hambre que tengo.
-Tranquilo hombre...Hardeker, nunca falla en estos negocios,
conoce a los Caquetios mejor que a su sombra -. dijo Catalufo.
Al rato, Hardeker regresaba. Con un potente silbido llamaba
a sus compañeros. La gente que estaba con él
parecía estar de acuerdo con él.
-¡Estoy bien!... estoy bien. Aquí estaremos
a salvo. Por fortuna, entre ellos había allegados
que pudieron reconocerme, de otro modo, desde cuando hubiesen
dando cuenta de nosotros.
Los filibusteros embarcaron tunas, codornices y conejos.
Se dispusieron a regresar a "El Trueno".Sin embargo,
las provisiones recabadas por la avanzada exploratoria no
hubiese podido colmar el hambre de los marineros para un
di de navegación. Dada la apertura mostrada por los
nativos, Pettit delegó tres chalupas más,
casi vacías para avituallarlas y aguantar así
los rigores del picado mar que sacude el norte de la península
de Paraguaná.
-No tuviste mayor inconveniente Hardeker, eres otro pariente
dentro de la familia de los salvajes -dijo Pata de Fierro,
aflojando una brutal carcajada.
El marinero obviándolo se dirigió hacia el
puente de jarcias para ayudar a O'Kelly a desplegar el velamen.
Catalufo, uno de los marineros más ágiles
de la tripulación trepó hasta lo alto del
gallardete mayor. desde arriba avisó a sus compañeros.
-¡Mar en calma, nada a babor...nada a estribor!.
La gruesa arboladura de "El Trueno" penetraba
las aguas que bordean Paraguaná, hasta internarse
mar adentro en dirección hacia "la Isla de los
Gigantes".
Habiendo navegado hasta el puerto en que desaparece la línea
de tierra orientaron de nuevo la proa hacia barlovento para
pasar a suficiente distancia de la zona de bajíos
y arrecifes donde muchos barcos llegan a perderse sin salvación.
Era un territorio no sólo colonizado por los españoles
hasta la zona del interior, también filibusteros
holandeses eran vistos con frecuencia a lo largo de sus
costas. Las leyendas los hacían en un punto situado
al extremo norte de la península llamado Puerto Macolla.
Desde allí preparaban expediciones de asalto a importantes
ciudades como Maracaibo a orillas del lago que le da su
nombre.
La tripulación estaba extenuada, difícilmente
los filibusteros podrían enfrentar de nuevo otro
ataque de los hombres o riesgo de tempestad. El trayecto
de vuelta era conocido por el piloto. Sin embargo, representaba
todavía un riesgo potencial hasta para los marineros
más avezados. La rompiente a los largo del Cabo San
Roman está erizada de rocas filosas, capaces de cortar
la quilla de los barcos como mantequilla. Las olas llegan
a alcanzar hasta cuatro metros donde el viento embiste con
más fuerza. Una caravana de tiburones escoltaba a
"El Trueno" en su viaje de regreso a casa. Pero
los escualos no nadaban solos. Varios delfines acompañaban
a aquellos saltando uno, al lado del otro, disputándoles
el lugar. Pettit, observaba con detenimiento las cabriolas
de "Los Guamachines", como eran conocidos por
los lugareños.
-¿ Le traen viejos recuerdos esos delfines?
El viejo Valentín había subido hasta el puente
de mando y abordaba a capitán sobre un asunto que
lo intrigaba.
-¿Qué cree usted? -.preguntó Pettit.
-Yo preferí no arrojarme, aún siendo pariente
cercano de esos animales y menos aún con sus acompañantes
rondando.
El viejo Hernández orientó con prudencia el
tema de su conversación, aunque ya su interlocutor
se había desplazado hacia lo alto de puente de mando
desde donde impartí ordenes al resto de sus subordinados.
Black Jones había trepado hasta el gallardete mayor
y desde allí gritaba: "¡Tierra a la Vista!"
-¡Picaporte mantén el rumbo, la costa está
llena de escollos. Cualquier desatino con el timón
y encalla el único barco que nos queda!
Sobre una colina, una hermosa casa de techos rojos asentada
sobre un profuso bosque de cactus recibí a los visitantes.
En la costa despuntaba un alto y macizo muro de rocas. A
lo largo de la muralla, se desplegaban sesenta espingardas
que no recibirían a los filibusteros de otro modo
sino para celebrar su arribo. Las detonaciones no se hicieron
esperar, como tampoco la respuesta de "El Trueno".
Los filibusteros retornaban a casa luego de una prolongada
travesía a lo largo de la costa venezolana. Muchos
camaradas habían muerto en el viaje. Sin embargo,
quienes tenían la fortuna de regresar no podían
contener la dicha. En el puerto hacia la punta del muelle,
una muchedumbre aguardaba con afán que el barco atracara.
Esa noche nadie dormiría.
