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VI
Asalto a la Vela

Al romper el alba, los hombres estaban preparados para tomar
la playa.
De las embarcaciones descendieron las chalupas con suficientes
armas y pólvora para hacerle frente a una guarnición
entera. Un contingente permaneció en los barcos con
las espingardas dirigidas hacia la bahía en caso de
un regreso intempestivo de sus camaradas. A quinientos metros
distaría la costa.
Felipe y Hardeker guiaban las chalupas al lugar donde atracarían.
Un yermo paisaje de cactus, mangles y rocas recibía
a los visitantes. A lo largo de toda aquella franja costera
no había señales de vida humana. Felipe dirigía
la operación de desembarco hacia un puerto natural,
sin escollos, ideal para atracar. Como ya se acostumbraba,
las armas y la pólvora fueron desenbarcadas en un santiamén.
Todos se reunieron bajo la sombra de un mangle gigante.
-Asaltaremos la ciudad por atrás. Recuerden que sus
defensas están emplazadas hacia el otro lado. Tendremos
que esperar la señal del Capitán cuando el galeón
capturado haya sido incendiado y dirigido contra el muelle.
Era la primera vez que Felipe liderizaba una expedición
de asalto. Antes que demostrarle a Pettit de lo que era capaz,
suponía un reto para sí mismo.
-Será como en los viejos tiempos- afirmaba Hardeker.
-Atacaremos por el ala derecha, es la más desguarnecida.
Observa Pata de Fierro -dijo Felipe facilitándole el
lente.
-Son sólo diez hombres y no tienen muchos cañones
emplazados hacia ese lado tampoco.
-¿Qué crees? -preguntó Hardeker.
-Está por clarear, deberíamos anticipar el ataque.
-La señal aparecerá de un momento a otro, los
barcos estarán alineándose frente al puerto.
Felipe tendría que disimular su nerviosismo.
No había alternativa. Con suficiente templanza arengó
a los hombres al combate. Repentinamente, un estallido terrible
se escuchó hacia el flanco costero del puerto. había
llegado el momento.
Las bombardas apuntaban hacia las torretas de los centinelas
comenzaron a hacer destrozos y cegar vidas, mientras los filibusteros,
los más arrojados, lanzaban los garfios de abordaje
que se asían con firmeza de las altas murallas de la
ciudad. Un grupo de arcabuceros desde los pies de la fortaleza,
disparaba y cubría a sus compañeros. que trepaban
por las gruesas paredes para irrumpir ante los sorprendidos
españoles, detonando sus pistolones.
En cuestión de minutos los filibusteros se habían
adueñado de un flanco de la fortaleza y descendían
logrando bajas considerables entre los refuerzos que tampoco
daban cuartel. El galeón empleado como señuelo
fue orientado hacia la otra embarcación, salvada en
el combate anterior. Los marineros a cargo de la operación
habían tenido tiempo de arrojarse al agua y nadar hasta
las chalupas que los conducirían hasta la nave capitana.
El barco, un gigantesco polvorín explotó justo
cuando se arrimaba al embarcadero a pocos metros del otro
galeón. Los invasores trepaban como arañas por
las empinadas paredes. Muchos no lograban llegar con vida,
mas quienes lo lograban, luchaban con tal saña, aún
heridos que antes de morir, arrastraban innumerables soldados
consigo. Varias horas transcurrieron antes que la ciudad cayera.
Pese a la enconada resistencia de los españoles; al
final proclamaron su rendición.
Coro fue saqueada de arriba a abajo. Sin embargo, la relativa
facilidad con que los filibusteros tomaron la ciudad, preocupaba
a Pettit. El comandante Francisco Quevedo, ahora rehén
del filibustero era sometido a un intenso interrogatorio ante
las dudas que aquel abrigara sobre la seguridad de sus hombres.
-Es demasiado raro todo esto Quevedo ¿No está
de acuerdo conmigo? ¿Por que había tan pocos
hombres en la guarnición y sólo un barco anclado?
siempre creí que España cuidaba mejor sus posesiones.
-Así es señor mío, el imperio a veces
olvida a sus hijos... Quevedo fue interrumpido por el ruido
de pasos nerviosos que subían las escaleras de piedra
del edificio. Pettit se levantó de su puesto frente
a la ventana que daba al mar y caminó hacia la puerta.
Felipe y Picaporte llevaban a un hombre anciano con ellos.
Antes que el Capitán volteara para ver al rehén,
su lugarteniente evitó lo peor.
-¡Cuidado Capitán!
-Salvarme la vida se está volviendo costumbre
-No podía despedirse sin conocer a éste caballero
Capitán. Dos filibusteros que arribaban con ellos cargaron
con el comandante Quevedo. Pettit miraba extrañado
a su principal hombre de confianza.
-¡Capitán, Valentín Hernández!
El hombre, anciano pero de consistencia robusta, evidenciaba
un deseo irrefrenable de hablar con Pettit.
-He esperado muchos años este momento, no podríamos
hablar a solas.
-Son hombres de mi incondicional confianza, soy todo oídos.
Mi abuelo llegó a Coro con los fundadores. Conozco
más de los intereses de los españoles en esta
ciudad que la más competente autoridad colonial.
-Entiendo...
-Señor, vuestras sospechas son totalmente legítimas.
El comandante fue notificado que una escuadra se dirigía
hacia acá y estaba a pocos días de navegación.
-¿Y por que debo confiar en voz?
-Sé que ya soy muy viejo, no tengo el vigor de la juventud,
pero pongo mi experiencia como marino a sus ordenes. ¡Deseo
embarcarme con usted! Puede matarme al primer signo que le
haga dudar de mi honestidad.
-¡Felipe que los hombres se embarquen en seguida! LLeve
también a Don Hernández a bordo de "EL
Trueno"
-Costará persuadir a los hombres. Recién iniciaron
el saqueo, la mayoría está en las tabernas emborrachándose.
Tienen semanas sin beber una gota de licor.
-Advierteles que los españoles envenenaron los toneles
faltando poco para que nos apoderáramos de la ciudad;
dígales que hay brigadas de mujeres armadas dispuestas
a matarlos al menor descuido. Bueno... si todo esto falla,
dígales la verdad simplemente.
Felipe salió raudo hacia la zona central de la ciudad.
Se desplazó hacia las tabernas, Junto con él
se hallaba Hardeker. Entraron. El contramaestre subió
las escaleras y desde el segundo piso, en medio de la estridencia
con que los filibusteros bebían trató de hablarles
lo más fuerte que pudo.
-¡Señores hay rumores que el jerez añejado
en los barriles fue envenenado por los taberneros antes de
huir!
-¡Pamplinas! son cuentos de Felipe, este vino es el
mejor que he bebido en años -dijo Salmuero. -Si no
lo creen es asunto vuestro, pero no piensen visitar a las
mujeres, están armadas hasta los dientes y no vacilarán
hasta verlos bien muertos -dijo Hardeker.
-Hardeker nombraste el detalle que faltaba... mujeres. Por
supuesto que iremos tras ellas... pero con paciencia muchachos,
todavía queda jerez en la bodega. Los esfuerzos de
los filibusteros para persuadir a sus camaradas resultaban
inútiles. El tabernero, sin embargo, observaba impotente,
desde un rincón atado de pies a cabeza como éstos
vaciaban la bodega.
-¡Que vengan vuestras mujeres a sacarnos a tiros de
aquí. Las estaremos esperando con los brazos abiertos!
Salmuero aflojó una proverbial carcajada coreada por
el resto de los filibusteros borrachos, quienes cargaban con
cuanta botella llena consiguieran al alcance.
-¡Amigos... creanlo, una escuadra española viene
en camino, el Capitán fue informado recientemente!
-dijo Felipe.
-¡Y ahora es una escuadra española! -gritó
Salmuero a todo gañote.
-¿Por que no te unes a nosotros y pruebas este jerez?
está en su punto. -dijo Pata de Fierro. Hardeker ya
se había incorporado al grupo, pese a las advertencias
de Felipe, los potentes cañonazos se escucharon en
las cercanías del puerto. Inmediatamente sonaron muchos
más.
-¡Se los dije! -replicó Felipe.
-¡Desde cuando las mujeres disparan cañones!
-gritó Salmuero. Desbocados salieron en veloz carrera
hacia el muelle. Muchos cargados con lo más valiosos
que pudieron saquear; abordaron las chalupas y remaron como
diablos.
todavía las naves enemigas no estaban a suficiente
alcance para los cañones de "El Trueno".
Algunas balas disparadas desde las embarcaciones enemigas
caían cerca de las filibusteras sin producir mayor
daño que el salpicón de la nave. En breve, los
filibusteros habían abordado la nave almirante al igual
que la carabela acompañante. Las otras fueron irremisiblemente
abandonadas por su deplorable estado.
-¡O' Kelly desplieguen velamen a su máxima capacidad,
aprovecharemos que tenemos buen viento para escapar. Black
Jones trepa el gallardete mayor, avísanos cuantos son!

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