VII

El Escape

barco14

El ágil negro trepó hasta la punta del palo mayor. Desde allí dió la voz de alarma. Home
-Los bergantines se desvían, navegan en dirección hacia el puerto de Coro, creo que temen perseguirnos, tenemos la tempestad casi encima.
-Arrojen el peso extra por la borda! Los corsarios viendo comprometida su vida no vacilaron en cumplir las ordenes de Pettit. Baúles repletos de copas, collares, vajillas de oro, piedras preciosas fueron lanzados al mar. Algunos como Salmuero se resistían a desembarazarse de las joyas; aprovechaban la dispersión del Capitán y sus allegados para guardarse algunas debajo de la casaca o esconderlas en un resquicio secreto del barco, donde acostumbraba ocultarlas.
El viento era favorable y avanzaron empujados por la corriente. Gruesos nubarrones comenzaban a formarse hacia babor.
-¡Piloto por ningún motivo modifique el rumbo! atravesaremos la tempestad, no tenemos más opción.
-Pero Capitán, los barcos quedaron desechos después de la batalla, respondió Picaporte con preocupación.
-¿Qué piensas O'Kelly ? -preguntó Pettit
-El barco aguantará yo mismo supervisé la construcción de "El Trueno".
Sin embargo, no podría decir lo mismo de "La Cenicienta". Los galeones se acercaban hacia el puerto de Coro, mientras las embarcaciones filibusteras navegaban en dirección hacia la tormenta. La escuadra orientaba el rumbo para protejerse de la borrasca que comenzaba a formarse en alta mar.
-¡No hay alternativa, navegaremos hacia sotavento, aprovecharemos las corrientes que nos empujarán hacia el norte!
"El Trueno" arremetía las olas de frente. "La Cenicienta" lo seguía muy de cerca, protegida tras la poderosa arboladura de la nave almirante. La parte del botín capturado que los filibusteros pudieron llevar consigo fue cargado en la carabela. En caso de contingencia, los marineros abordarían de inmediato las chalupas para refugiarse en "El Trueno".
Picaporte amarrado al timón hacía esfuerzos para controlarlo. Los hombres asidos entre sí y sujetos al palo mayor y el de mesana se preparaban para recibir las primeras bofetadas del mar. Una ola colosal hizo trepidar el casco de "El Trueno" y cubrió por completo "La Cenicienta".
Alineadas hacia el norte, las embarcaciones avanzaban a lo largo de la extensa lengua de tierra que une la Península de Paraguaná con la tierra firme. Vastos arenales separaban la franja costera del territorio más septentrional, situado al sur del Nuevo Mundo descubierto.
El galeón y la carabela se adentraban con dificultad en el mar, sorteaban las trincheras elementales que entorpecían su camino. había transcurrido un tiempo prudente desde la época en que los hombres incubaran toda suerte de creencias sobre el carácter monstruoso que el mar inspiraba. Matildo Veraniego quien había ganado un grado importante de confianza entre la tripulación, trataba de disipar cualquier suposición negativa que sobre el mar, los marineros pretendieran atribuirle.
-Amigos creo que nos he hablado suficiente sobre la "Isla de las Nutrias Voladoras", un lugar donde los hombres eran tan libres como sus monturas. Si era por riquezas había tantas como quisiesen.
-¿Nutrias Voladoras?
-Los nativos las llamaban así. Eran capaces de saltar tan alto que parecía que tuvieran alas. El viejo Veraniego hablaba rápido y respiraba grandes bocanadas de aire para prevenirse de las olas que inundaban con cada arremetida el puente de la embarcación.
Interrumpía su cuento por intervalos y con la elocuencia de un fabulador prosiguió.
-Perlas nunca escasearon, los jinetes de nutrias eran capaces de sumergirse con sus cabalgaduras más de doscientas brasas a pulmón pleno y extraerlas de ostras gigantes, aprisionadas en amasijos de coral.
-¿En que lugar de vuestra imaginación se encuentra esa isla?
Sorpresivamente, una ola del tamaño de una montaña se encimó sobre "El Trueno" para propinarle una violenta embestida, sólo comparable a la que sufriera durante la tempestad que resistiera el barco filibustero a su salida del puerto de la Guaira. "La Cenicienta" padecía la peor parte. Su estado le hacía honor a su nombre.
La carabela hacía agua y ésta inundaba con más rapidez el interior del barco que todos los esfuerzos invertidos en desalojarla. No obstante, los hombres se entregaban en empeño denodado a achicar en procura de salvar, al parecer un cadáver irredimible. La tripulación se preparaba a abandonarlo.
-¡Lancen suficiente cabo por la borda, si es posible tómenlo de las jarcias! -gritaba el Capitán. El viejo Valentín Hernández había irrumpido en la cubierta. Pese al riesgo que corría su vida, se unió al resto de los hombres en el auxilio de sus camaradas.
El Capitán, sorprendido ante la actitud de Hernández no pudo hacer más que sumarse al grupo de marineros que ayudaban en las operaciones de salvamento. Los filibusteros rescataban a quienes el mar pudo haber arrebatado. Salmuero estaba entre ellos.
-Mala hierba nunca muere, dice el dicho. Otra demostración de que el diablo está de vuestra parte. Los que habían podido bracear o remar hasta "EL Trueno" observaban impotentes en medio de la oscuridad de una noche prematura, el hundimiento de "La Cenicienta".
-Pronto, asíos a las jarcias, sosteneos firmes, estamos atravesando lo peor.
-Capitán las verjas del palo de mesana están muy débiles, es menester encontrar un lugar donde arrimar y aguardar con el abrigo de una rada que amaine el temporal.
-Trataremos de entrar al "Golfo de Adicora" con la velocidad que nos empuja la corriente, debemos estar muy cerca de allí. Adicora seré un buen refugio.
Es en trances como éste cuando las jerarquías se diluyen y todos se vuelven un sólo hombre. El Capitán por fuerza de la autoridad y la capacidad de liderazgo sobre su barco hace recordar con su presencia que después de Dios él es el único soberano a bordo. Pero la naturaleza es capaz de hacerle vacilar en su rol, si el Capitán no demuestra ante su furia implacable que él, si las circunstancias así lo exigiesen, sería el último en morir para salvar su barco.
El temporal poco a poco mostraba evidencias de disipación. En el sentido más esencial de la supervivencia, los filibusteros podían sentirse afortunados: estaban vivos. Habían perdido cuatro barcos: "La Gitana", "La Cenicienta", "El Abejorro" y "Cachalote". Más de un centenar de camaradas habían perecido muertos o ahogados durante la batalla en alta mar y en el asalto a Coro. Sin embargo, esta vez la furia del mar no reclamó víctimas

 
   
 
 
 
   
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