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VII
El Escape

El ágil negro trepó hasta la punta del palo mayor.
Desde allí dió la voz de alarma. 
-Los bergantines se desvían, navegan en dirección
hacia el puerto de Coro, creo que temen perseguirnos, tenemos
la tempestad casi encima.
-Arrojen el peso extra por la borda! Los corsarios viendo
comprometida su vida no vacilaron en cumplir las ordenes de
Pettit. Baúles repletos de copas, collares, vajillas
de oro, piedras preciosas fueron lanzados al mar. Algunos
como Salmuero se resistían a desembarazarse de las
joyas; aprovechaban la dispersión del Capitán
y sus allegados para guardarse algunas debajo de la casaca
o esconderlas en un resquicio secreto del barco, donde acostumbraba
ocultarlas.
El viento era favorable y avanzaron empujados por la corriente.
Gruesos nubarrones comenzaban a formarse hacia babor.
-¡Piloto por ningún motivo modifique el rumbo!
atravesaremos la tempestad, no tenemos más opción.
-Pero Capitán, los barcos quedaron desechos después
de la batalla, respondió Picaporte con preocupación.
-¿Qué piensas O'Kelly ? -preguntó Pettit
-El barco aguantará yo mismo supervisé la construcción
de "El Trueno".
Sin embargo, no podría decir lo mismo de "La Cenicienta".
Los galeones se acercaban hacia el puerto de Coro, mientras
las embarcaciones filibusteras navegaban en dirección
hacia la tormenta. La escuadra orientaba el rumbo para protejerse
de la borrasca que comenzaba a formarse en alta mar.
-¡No hay alternativa, navegaremos hacia sotavento, aprovecharemos
las corrientes que nos empujarán hacia el norte!
"El Trueno" arremetía las olas de frente.
"La Cenicienta" lo seguía muy de cerca, protegida
tras la poderosa arboladura de la nave almirante. La parte
del botín capturado que los filibusteros pudieron llevar
consigo fue cargado en la carabela. En caso de contingencia,
los marineros abordarían de inmediato las chalupas
para refugiarse en "El Trueno".
Picaporte amarrado al timón hacía esfuerzos
para controlarlo. Los hombres asidos entre sí y sujetos
al palo mayor y el de mesana se preparaban para recibir las
primeras bofetadas del mar. Una ola colosal hizo trepidar
el casco de "El Trueno" y cubrió por completo
"La Cenicienta".
Alineadas hacia el norte, las embarcaciones avanzaban a lo
largo de la extensa lengua de tierra que une la Península
de Paraguaná con la tierra firme. Vastos arenales separaban
la franja costera del territorio más septentrional,
situado al sur del Nuevo Mundo descubierto.
El galeón y la carabela se adentraban con dificultad
en el mar, sorteaban las trincheras elementales que entorpecían
su camino. había transcurrido un tiempo prudente desde
la época en que los hombres incubaran toda suerte de
creencias sobre el carácter monstruoso que el mar inspiraba.
Matildo Veraniego quien había ganado un grado importante
de confianza entre la tripulación, trataba de disipar
cualquier suposición negativa que sobre el mar, los
marineros pretendieran atribuirle.
-Amigos creo que nos he hablado suficiente sobre la "Isla
de las Nutrias Voladoras", un lugar donde los hombres
eran tan libres como sus monturas. Si era por riquezas había
tantas como quisiesen.
-¿Nutrias Voladoras?
-Los nativos las llamaban así. Eran capaces de saltar
tan alto que parecía que tuvieran alas. El viejo Veraniego
hablaba rápido y respiraba grandes bocanadas de aire
para prevenirse de las olas que inundaban con cada arremetida
el puente de la embarcación.
Interrumpía su cuento por intervalos y con la elocuencia
de un fabulador prosiguió.
-Perlas nunca escasearon, los jinetes de nutrias eran capaces
de sumergirse con sus cabalgaduras más de doscientas
brasas a pulmón pleno y extraerlas de ostras gigantes,
aprisionadas en amasijos de coral.
-¿En que lugar de vuestra imaginación se encuentra
esa isla?
Sorpresivamente, una ola del tamaño de una montaña
se encimó sobre "El Trueno" para propinarle
una violenta embestida, sólo comparable a la que sufriera
durante la tempestad que resistiera el barco filibustero a
su salida del puerto de la Guaira. "La Cenicienta"
padecía la peor parte. Su estado le hacía honor
a su nombre.
La carabela hacía agua y ésta inundaba con más
rapidez el interior del barco que todos los esfuerzos invertidos
en desalojarla. No obstante, los hombres se entregaban en
empeño denodado a achicar en procura de salvar, al
parecer un cadáver irredimible. La tripulación
se preparaba a abandonarlo.
-¡Lancen suficiente cabo por la borda, si es posible
tómenlo de las jarcias! -gritaba el Capitán.
El viejo Valentín Hernández había irrumpido
en la cubierta. Pese al riesgo que corría su vida,
se unió al resto de los hombres en el auxilio de sus
camaradas.
El Capitán, sorprendido ante la actitud de Hernández
no pudo hacer más que sumarse al grupo de marineros
que ayudaban en las operaciones de salvamento. Los filibusteros
rescataban a quienes el mar pudo haber arrebatado. Salmuero
estaba entre ellos.
-Mala hierba nunca muere, dice el dicho. Otra demostración
de que el diablo está de vuestra parte. Los que habían
podido bracear o remar hasta "EL Trueno" observaban
impotentes en medio de la oscuridad de una noche prematura,
el hundimiento de "La Cenicienta".
-Pronto, asíos a las jarcias, sosteneos firmes, estamos
atravesando lo peor.
-Capitán las verjas del palo de mesana están
muy débiles, es menester encontrar un lugar donde arrimar
y aguardar con el abrigo de una rada que amaine el temporal.
-Trataremos de entrar al "Golfo de Adicora" con
la velocidad que nos empuja la corriente, debemos estar muy
cerca de allí. Adicora seré un buen refugio.
Es en trances como éste cuando las jerarquías
se diluyen y todos se vuelven un sólo hombre. El Capitán
por fuerza de la autoridad y la capacidad de liderazgo sobre
su barco hace recordar con su presencia que después
de Dios él es el único soberano a bordo. Pero
la naturaleza es capaz de hacerle vacilar en su rol, si el
Capitán no demuestra ante su furia implacable que él,
si las circunstancias así lo exigiesen, sería
el último en morir para salvar su barco.
El temporal poco a poco mostraba evidencias de disipación.
En el sentido más esencial de la supervivencia, los
filibusteros podían sentirse afortunados: estaban vivos.
Habían perdido cuatro barcos: "La Gitana",
"La Cenicienta", "El Abejorro" y "Cachalote".
Más de un centenar de camaradas habían perecido
muertos o ahogados durante la batalla en alta mar y en el
asalto a Coro. Sin embargo, esta vez la furia del mar no reclamó
víctimas

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