XI

Hacia Maracaibo

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Las embarcaciones, habilitadas con más espacio sobre la borda, Homepara desplegar la artillería, eran garantía patente del trato acordado entre Pettit y Wander Bush para realizar la expedición de saqueo.
Aparte de las reparaciones generales efectuadas a “El Trueno”, fue también preparado para resistir los impactos de las embarcaciones enemigas. Gruesas empalizadas de mangle fueron erigidas sobre los boquetes de los cañones. El velamen fue asimismo enmendado y reforzado para resistir los vientos constantes que soplan por el Golfo de Venezuela.
El ochenta por ciento de los recursos para llevar a cabo la operación habían sido otorgados por Vander Bush, conocido entre “Los Corsarios de las Islas de los Gigantes” como el “Zorro del Mar”. Un contingente de mil hombres, entre combatientes y marineros integraba la tripulación de la flota. Pertrechos para resistir varias semanas y la expectativa por el éxito del plan trazado hacía prevenir todavía a los estrategas de esta expedición.
-Bien podría decirse que todo está dispuesto para zarpar Pettit. Aunque creo conveniente esperar las nuevas de nuestros espías antes de dirigirnos a nuestro objetivo.
Wander Bush no podía despegar la mirada del mar como si ansiase secretamente el arribo de alguien esperado con el oleaje. Pettit también oteaba el horizonte. Ambos sostenían desde El Mirador una exhaustiva revisión de los planes para el asalto aguardado.
-No podemos aplazar más el asalto a Maracaibo. Debemos valernos del factor sorpresa. Insisto que la única manera de doblegar las defensas de la ciudad es el ataque por dentro apoyado con fuego de artillería desde el mar. -afirmó Pettit.
-Estoy de acuerdo, si los enviados no han retornado aquí para el anochecer, zarparemos. -dijo Vander Bush, categórico.
“El Zorro del Mar”. se levantó sin explicaciones de la mesa, donde discutía con Pettit y se acostó en una hamaca. Desde hacía dos noches no había podido dormir, concentrado en los pormenores de la logística para atacar una de las ciudades más codiciadas y defendidas del nuevo mundo. Pettit tampoco había pegado los ojos, todas sus energías se habían orientado a la organización de una estrategia sobre la experiencia de la fructífera toma de Maracaibo hace algunos años. Ahora no sólo se jugaba su parte.
Guildins y Hairdeneken, ambos filibusteros aliados de Vander Bush, se habían infiltrado en Maracaibo desde hacía algunas semanas. Su misión consistía en sabotear los arsenales enemigos. Por primera vez en muchos años, el Gobernador de la Ciudad, el Conde de Medina volvería a tener pesadillas. Las riquezas amazadas en la naciente colonia llegaban para aposentarse en las bóvedas de los opulentos hidalgos que veían crecer su prosperidad en aquella incipiente colonia venezolana.
Los filibusteros zarparían sin sus camaradas, sí éstos no regresaban en el lapso acordado. La partida estaba determinada. La escuadra saldría hacia el anochecer .Ya en la madrugada, un voluminoso grupo de hombres penetraría Maracaibo por tierra, mientras que la artillería abriría fuego desde el mar para someter a los hombres de yelmo.
Como en tiempos pasados Juan Bienavdenturado acompañaba ahora a Pettit. “El Trueno”, lo albergaba otra vez. En su infaltable cuaderno de notas escribía:
“El cielo como un mar de leva se derrite hacia poniente.
Es la luz que tiñe la tarde de sangre.
Por la tierra corren sus ultimas gotas”.
-¿Qué tal viejo? -preguntó Pettit.
-Como toda aventura, impredecible será el ataque a Maracaibo. -dijo Bienaventurado.
-Yo lo sé aunque llevamos suficientes armas, pertrecho y arrojo no sólo para atacar Maracaibo, también para pretender otra plaza si lo quisiéramos.
-Eso es lo que crees y morirás creyéndolo.
-Supongo que sí.
-De cualquier modo tengo la corazonada que hallaré a mi madre antes de morir.
Sinamaica, quien se encontraba en la parte baja del puente de mando, hacía una reverencia. Se acercó hasta la manga de la borda donde platicaban los dos hombres.
-He pedido a la gran entidad del universo que todo lo ve que a través del ojo del sol que nos guíe hasta ella.
El eco de las palabras de Bienaventurado todavía resonaba. Pero había un sonido que lo aproximaba a la intimidad de su ser, un sonido que trascendía su memoria y podía escucharlo como el zumbido del viento cuando empuja el velamen. Aquel mensaje procedía de tiempos amnióticos, cuando su madre permanecía hasta largas horas tañendo el laúd antes de conciliar el sueño. Las vibraciones de aquellas cuerdas era familiar para Pettit aunque no se las tocaran al oído. Era la travesía para deleitarse escuchándolas.
Felipe había traído su laúd y tocaba el instrumento con un virtuosismo que ninguno de sus allegados conocía, La música envolvía el ambiente de otro día que fallecía. La sutil armonía que escapaba de las cuerdas del instrumento se mezclaba con los chasquidos de las olas al romperse contra el casco de “El Trueno”. Paulatinamente, la oscuridad fue apoderándose de todo. Las lamparas de brea de las embarcaciones, alumbraban menos que las primeras estrellas que comenzaban a poblar el firmamento.
Los galeones navegaban alineados, mantenían una distancia prudente entre sí. “La Barracuda”, nave almirante, comandada por Alfonso Vander Bush se desplazaba al frente. Las aguas del Golfo de Venezuela estaban tranquilas a pesar de los fuertes vientos que azotan ese espacio, vital para los dominios de los españoles en los nacientes dominios.
Sobre la cubierta de “El Trueno”, varios hombres participaban de una animada velada. Formaban una concurrida concentración alrededor de dos de ellos, quienes parecían seducidos por los gratificantes riesgos que les deparaba el azar.
-¡Todos escucharon! Pata de Fierro apostó su parte del botín en esta ronda. señores hagan sus apuestas, ¿Quien da más?
Le tocaba el turno de batir los dados a Pata de Fierro. Los filibusteros se veían las caras entre sí y aguardaban impacientes a que su compañero los arrojara. La jugada no se hizo esperar.
- ¡Retruécanos! Tuviste suerte, un poco más y te despluman en esta ronda -dijo Sifilio.
Los dos cubos de la fortuna exhibían un notorio doble seis. Pata de Fierro no perdía, mas tampoco ganaba, se limitaba a recuperar cuanto había invertido en la ronda de apuestas.
-¿Qué dices hombre? ¿Arriesgaste a lanzar una vez más? Total recuperaste lo que perdiste. Para que veas te daré otra oportunidad, no sólo apuesto la mitad de mi botín, también arriesgo esta belleza...
Salmuero sacó una esmeralda del tamaño del puño de un recien nacido y la puso sobre el piso. Los ojos de sus compañeros se dilataron con aquella visión. Antes que Pata de Fierro pudiese reaccionar Sifilio se le adelantó.
-¿Qué te parece mi parte del botín contra esa hermosura?
- Aceptado...agitemos los dados. -dijo Salmuero.
Todos aguardaban con impaciencia por quien sería el afortunado dueño de la codiciada joya. Salmuero envolvió los dados a la vista de todos con un pañuelo de seda verde y los despreció.
-¡No trates de impresionarnos, devuelve los dados Salmuero! -gritó Black Jones.
-¡ Como no...! Salmuero volvió a tomar el pañuelo, cubrió la gema con él, y aparecieron los dados.
- ¡Señores hagan sus apuestas, el juego continua!
De pronto, desde el gallardete se escuchó la voz de Catalufo que avisaba a la tripulación de “El Trueno”.
- ¡Luces a Estribor!
- ¡Apaguen las lamparas de inmediato! ¿A qué distancia se encuentran? -gritó Pettit.
- Como a una legua de distancia. - dijo Picaporte.
- Se alejan señor -dijo felipe.
- así parece, de cualquier manera, mantengámonos alerta. Estamos muy cerca de Maracaibo.

 

 
   
 
 
 
   
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