XII

Wan Stiller

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Los siete barcos navegaban arropados por la oscuridad.Home Pronto llegaría la hora del desembarco. Los filibusteros arribarían a la bahía del Moján y desde allí emprenderían la marcha para someter las defensas de la ciudad, mientras que sus compañeros los cubrían por el mar. Sería la primera vez que Pettit y Vander Bush ejecutaban una operación de esta naturaleza. Los asaltos anteriores a la Ciudad del Lago se habían realizado desde el mar. Sin embargo, todos los riesgos estaban calculados en el plan trazado en Puerto Macolla. El primer escollo que atravesarían, sería la barrera fortificada en la isla de San Carlos que defiende la entrada a la ciudad por el Lago.
- ¡ Capitán, San Carlos a la vista! - gritó Catalufo.
- ¡Señores en sus posiciones, dentro de poco tendremos diversión!
El castillo de San Carlos está edificado sobre la isla frente a la costa y vigila la garganta que se estrecha en dirección hacia la ciudad. Fuertemente artillado, el bastión significaba un obstáculo difícil de salvar para quienes pretendieran Maracaibo. Aprovechándose de la pared defensiva ofrecida por “La Barracuda” y tres de los barcos filibusteros, el resto de la escuadra lograba colarse hacia el lago. La defensa no ofrecía tregua aunque los disparos resultaban poco atinados. Los objetivos se confundían por la falta de visibilidad. La noche era aliada de los corsarios. La escuadra atravesaba la barrera para enfilar rumbo hacia la bahía del Moján.
Estaba por amanecer, los filibusteros divisaban las desérticas costas del Golfo de Venezuela con sus hombres y mujeres disecados en el agreste paisaje, donde no crece una planta, donde no nace una flor, donde no vuela un pájaro, donde la esperanza se convierte en resignación.
- Desembarcáremos en aquella aldea. Los nativos no son amigables. Pero tampoco nos darán problemas. Desde las otras embarcaciones se disponía de chalupas de abordaje. Vander Bush ya había organizado a los corsarios más arrojados para emprender la marcha por tierra. Al frente de los hombres delegados por Pettit estaba Felipe. Luego del exitoso ataque a Coro, Pettit concedía a su contramaestre, el mando para acometer el ataque por tierra a Maracaibo. Ochocientos hombres estaban por desembarcar en la bahía del Moján.
El contingente, encabezado por Felipe había arribado. La aldea no asomaba signos de vida. sólo una partida de nativos montaba guardia frente a los rescoldos de una fogata muerta. Uno de ellos, sin inmutarse respondía a una interrogante común. Fueron conducidos a la choza más grande del poblado. Adentro todo transcurría con naturalidad, los comensales aspiraban hacerle honor a un pulpo descomunal que se asía con desesperación al brazo del pescador. Uno de los asistentes a aquel ágape era un hombre curtido por el sol de las Antillas, aunque inocultáblemente europeo.
Exhibía una barba canosa y bien cuidada. Distinguiase la espada al cinto y una rústica cruz de madera que colgaba a su cuello. Hacía años que Wan Stiller había sido rescatado de un naufragio por “Los Hermanos de la Costa”. Entonces era Capellán de la Marina Real Holandesa y catequizador de los “Gigantes que habitaban esas islas. Narran quienes lo conocieron para esos tiempos que el religioso nunca abandonó sus hábitos, aunque la fiebre del Caribe lo encegueció. Finalmente cedió ante la belleza y la riqueza de un territorio aún inexplorado.
- Aguarden por mí.
Felipe irrumpió dentro de la choza. Ninguno de los presentes, se sorprendió ante la entrada del filibustero. Una voz, con acento teutón detuvo la mano que estaba por tazear al pulpo.
- ¡Felipe Bienvenido!
Las palabras de Wan Stiller fueron exactamente interpretadas por el cacique, quien de inmediato le señaló al pescador la gigantesca vasija donde donde estaba la bebida, chicha elaborada a partir de la yuca fermentada, sin más le ofreció un trago al recien llegado. Felipe se inclinó y agradeció el gesto para ir a sentarse al lado de su amigo.
- No han logrado enterrarte después de todo.
- Los servidores del señor van al cielo, en todo caso tendrían que sumergirme, también soy un hombre de mar. Pero ésta gente si entierra a los suyos varias veces ¿Lo puedes creer?
- Y por qué no he de creerlo, cada quien hace con su muerte lo que le plazca. Respeto la libre elección de cada quien.
- Dos veces son enterrados. La primera, disparan flechas para espantar a los fantasmas e impedir que se lleven al infeliz. Lo complacen con todo lo que disfrutó en vida: le dan de comer, de beber y hasta de fumar. En el segundo entierro, entierran las pertenencias del muerto junto con él.
- ¿ Y si se las roban? - De todos modos, me sigue resultando más lucrativo robarle a los vivos.
- ¿Puedes imaginar que nos vean llegar en sus sueños?
- Prefiero no despertarlos. El trabajo sería más fácil ¿No te parece?
La esperada señal para ponerse en marcha fue detonada desde las embarcaciones. A esa hora la claridad emitida por los rayos del sol permitía distinguir las banderas rojas con los jabalíes como estandartes que ondeaban desde los puentes de las naves almirantes.
- ¡LLegó la hora!
- ¡En marcha pues! -dijo Wan Stiller. Junto con Felipe se hallaban ya Pata de Fierro, Black Jones, Catalufo, Salmuero y Sifilio. Con ellos se encontraba un contingente de cien hombres. Los botes iban y venían con más corsarios que intervendrían en el asalto.

 

 
   
 
 
 
   
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