XIII
Invasión a Maracaibo

Por la playa comenzaba a reunirse un grupo considerable de
filibusteros
bajo las ordenes de Wan Stiler. Vander Bush delegaba la
autoridad sobre los hombros de un veterano, quien ya había
participado Por la playa comenzaba a reunirse un grupo considerable
de filibusteros bajo las ordenes de Wan Stiler. Vander Bush
delegaba la autoridad sobre los hombros de un veterano,
quien ya había participado en frecuentes asaltos
a la ciudad bajo el mando de Henry Morgan. Algunos indígenas,
quienes no habían cerrado los ojos como el resto
de sus coterráneos, pudieron distinguir a Wan Stiller.
Los cinco nativos que permanecían frente a la fogata
mantuvieron la serenidad, mientras continuaban desembarcando
hombres en la costa.
La aldea permanecía en calma, los filibusteros no
perdieron tiempo. Cuando todos se congregaron en la playa
se internaron por una vereda que los conduciría hacia
la ciudad. Al arribar a una prominente colina hacieron un
alto para descansar y recapitular la estrategia de ataque.
- Aunque el grueso de las baterías está emplazado
hacia el mar, debemos protegernos , la última vez
que regresé a Maracaibo con Morgan, los españoles
habían erizado las murallas con cañones de
flanco a flanco. Perdía muchos hombres entonces -dijo
Wan Stiller.
- Lo más conveniente será seguir con el plan
tal como está trazado. Nos dividiremos en dos grupos.
Cada cual atacará diferentes flancos hasta que debilitemos
las defensas. Nuestros aliados les darán mucho que
hacer desde el mar. Felipe hablaba desde la confianza que
le había otorgado el exitoso ataque que comandó
contra Coro. Los filibusteros se agazaparon detrás
de un bosque de mangles a la espera de la señal que
precedería la acción por mar. Templados ante
estas circunstancias, algunos no cesaban de bromear.
- Salmuero... cuando tomemes la ciudad retomaremos aquella
batida de dados que quedo pendiente. Y esta vez será
sin trucos -dijo Sifilio.
- Como quieras hombre: ¡doble o nada!
El cañonazo anunciador resonó como un eco
entre los oidos. Al unísono, los filibusteros arremetieron
contra los guardas que celaban desde las altas paredes de
la ciudad. La apuesta tendría que aplazarse hasta
que los tahures demostraran ante el riesgo de morir que
la palabra de jugador es empeñada. Los dueños
de tabernas, habían cerrado temprano para correr
a protegerse detrás de las barricadas construidas
por ellos mismos.Entre las mujeres, no eran muchas quienes
esperaban con ansiedad la llegada de sus “amorosos
tormentos del mar”, como les decían.
Sabían que esa noche, como las siguientes, mientras
los filibusteros tomaran la ciudad, el sueño sería
una necesidad del que se privarían. El grueso de
la artillería estaba concentrado hacia el mar. Hacia
allá, los filibusteros dirigían las descargas
de fuego cerrado que abrían mordiscos colosales en
el bunker de los defensores. Grupos numerosos de bucaneros
habían alcanzado las torres después de escalar
las paredes apoyados con el fuego de la retaguardia.
- ¡Oye Pata de Fierro, ten cuidado! -gritaba Catalufo-
Si me caes encima le ahorraras el trabajo al enemigo.
- ¡Descuida compadre, ya estamos casi arriba! Arriba
se batían con saña, reconquistaban con la
perdida de osados, las posiciones que reforzaban el asalto
a Maracaibo.
-“El Jabalí” era el nombre de una de
las tabernas más frecuentadas. Aunque el combate
ocurría disperso por la ciudad, algunos filibusteros
fueron allí. Uno de ellos parecía el lider
o aparentaba serlo. Conducía un grupo de diez hombres.
- ¿Dices que es aquí? - preguntó uno
de ellos.
- ¡Sí, aquí mismo! -dijo el hombre,
mientras iluminaba con una lámpara de brea la esquina
donde se hallaban.
Adentro de la taberna parecía desenvolverse una escena
cotidiana. La gente bebía, bailaba, se olvidaba del
mundo. Mucho antes de la irrupción de los filibusteros,
los asiduos, pero paranoicos bebedores habían corrido
a recogerse. Los más temerarios permanecían
sin inmutarse. Después de todo, nunca les importó
la garantía de una vida holgada a base de la usura.
El hombre portaba un pañuelo de seda verde, el mismo
con que trató de impresionar a sus camaradas de apuesta.
Irrumpieron en la taberna ante la indiferencia de los bebedores.
sólo en una mesa, aislada del resto, en un rincón,
al fondo de la taberna, un hombre de apariencia vikinga
conversaba con otro mucho más bajo, pero igualmente
rubio.
- No reconozco a ninguno de los nuestros todavía.
El pequeño señalaba uno de los advenedizos
que se acomodaba a lo largo de la barra con el del pañuelo
para iniciar lo que parecía un encuentro de tahures.
- ¡Sí, es él! -Confirmaba el más
alto.
- Acerquémonos... ¿Estás de acuerdo?
- Adelante...
La concurrencia lejos podía estar de la significación
del encuentro; cuanto más si eran indiferentes a
la batalla que se escenificaba en la calle. El duo se aproximó
lo suficiente para distinguir al hombre del pañuelo
verde y su acompañante.
Los centinelas que supervisaban y de vez en cuando intervenían
en la acción, dieron la orden de dirigir algunos
cañones hacia la ciudad para intentar contener el
desbordamiento de los filibusteros que comenzaban a apoderarse
de ésta.
- ¡Si sigues tocando la puerta así, será
mejor que la eches abajo de una vez! -gritó Catalufo
a Pata de Fierro.
- ¿Como creés..? ¿No sabes que soy
un caballero? La última vez que estuve por aquí,
fuí un poquito brusco.. no sé como pudo caerse.
Oianse pasos apresurados. Bajaban de la terraza. Era el
sonido de muchos pies menudos, todos corriendo en tropel.
Una mujer de tez blanca, cabellera rubia con horquetillas
y primorosa figura abría la puerta a punto de ser
echada abajo por el filibustero. - ¡Claro! ¿Y
a quién esperabas?
-¿acaso vuestro confesor para redimirte de vuestros
pecadillos de alcoba?
- ¿Cree que sea oportuno recordarselos padre? Una
legión de odaliscas escoltaba a Gladys. El recinto,
un espacioso salón amueblado ostentosamente y donde
prevalecía el color rojo, era sólo la fachada
de “La Casa de Huespedes”. Ante la sorpresa
de algunos bebedores que postergaban los limites de su inconsciencia,
el tabernero le ofreció su confianza a Guildins.
- Creo que existe una equivocación amigos, ahora
disculpenos, estamos en medio de un trascendental juego
de apuestas.
- Hombre vas a volver con lo mismo, lanza los dados y preparate
a perder -dijo Sifilio.
Salmuero reincidía en la argucia del pañuelo
con que creyó encandilaría a los filibusteros
en “EL Trueno”.
- Parece que no me he hecho entender. Debemos ver al Capitán
Vander Bush.
- ¡Guildins.. viejo! no parecen cosas vuestras.
-Olafo se acercó amigablemente-¿Por qué
no te entusiasmas y apuestas?
- ¿Nadie ha visto a Pata de Fierro?
-¿Catalufo?
-¿Será que salió a gastar su parte
de las apuesta?
Venereo dibujaba en el aire la silueta inconfundible de
una mujer. Mientras tanto, las odaliscas rodeaban a Catalufo.
había mestizas, pero escaseaban las blancas, entre
ellas una rara belleza seducía al filibustero. Era
un monumento a la voluptuosidad: alta, de cuello robusto,
firmes pechos y una cabellera marrón que caía
con largos bucles temblorosos. Una aveja hubiese envidiado
una cintura más estrecha. había algo de traidora
picardía en su mirada.
Ella lo había estado observando y se aproximó
hasta él, quizas intuyendo sus requerimientos secretos.
Una a una fueron saliendo de la estancia, aislada del exterior
por gruesos vitrales. Catalufo alcanzó contar veintisiete
muchachas junto con ella. Por momentos, el filibustero olvidaba
su desarraigada condición y pensaba permanecer al
lado de ella. Pero la realidad que estallaba en el mar y
la calle, le recordaba quien era: la verdad, no tenía
de que preocuparse. Pata de Fierro departía con Gladys
de una placentera velada. El filibustero se relajaba y trataba
de pasar el insoportable calor, tolerado sólo por
los moradores de la ciudad.
- Muchos de mis visitantes no alcanzan a tocarme, la mayoría
se desmaya por el calor. Me ahorran así jornadas
de trabajo extenuante. - Según Wan Stiller, los aliados
se encuentran en “El Jabalí”...!cuidado
Hardeker!
Felipe se arrojó hacia él para impedir que
una descarga dispara por un soldado oculto lo ultimara.
Antes que volviera a cargar Black Jones daba cuenta de él?
Los dos se levantaron del suelo. Pese a lo arriesgado del
recorrido, los tres filibusteros arribaron a su destino.
Sus camaradas habían apiado barriles y sillas a la
entrada para protejerse del ataque de un batallón
de fusileros que había sitiado “El Jabalí”.
- ¿Qué será lo que ocurre que nunca
podemos concluir serenamente una ronda de apuestas?
Salmuero engatillaba su pistolón. Ante el número
y fuerza de los atacantes, los filibusteros fueron forzados
a retroceder. La resistencia había costado la muerte
de cinco de ellos.
- ¡Corre Black Jones... Trae refuerzos!
El negro partió como una ráfaga en busca de
ayuda. El combate se hacía cada vez más enconado.
Los filibusteros se enfrentaban espada en mano a los hombres
de yelmo que arribaban en tropel. Cuando la resistencia
resultaba materialmente imposible, irrumpieron más
“Hermanos de la Costa”. Los españoles,
confundidos por los atacantes inesperados, se replegaron
y cesaron el cerco que atenazaba a los corsarios. -Topamos
con el contacto. Había movimiento por todos lados.
Nos agarraron po sorpresa. Temo que es demasado tarde.
Guildins y su compañero yacían muertos. A
su lado se encontraba Olafo mal herido.
- ¿Y Salmuero? -preguntó Hardeker.
- Batió bien los dados, pero la suerte no le sonrió
igual.
O Kelly, quien llegaba acopañado de Black Jones,
exhausto por la carrera, traía buenas noticias.
- ¡El Capitán Pettit y Vander Bush han desembarcado,
el fuerte cayó!
Al unísono se oyó un sólo grito. Aún
se combatía en el flanco norte, donde la resistencia
era más vigorosa. Los españoles poseían
allí uno de los arsenales mejor provistos y custodiados
de la ciudad.
- ¿Donde estáa Pata de Fierro y Catalufo?
-preguntó Black Jones.
- ¿Casa de Gladys?
- Sí me imagino...¿Por qué no le hacemos
una visita?
-¿Quién se atreve a acompañarme? Como
si aquella invitación significase restituirles el
oxígeno después de privarselos, los filibusteros
se adelantaron al anfitrión. Black Jones pronto fue
dejado atrás. Desde el balcón de la “Casa
de Huespedes’, Pettit acompañado de Vander
Bush y cuatro muchachas saludaban a los filibusteros, frenados
subitamente por aquel encuentro.
- ¡Ven se los decía!
Gladys ya había abierto la puerta. Los filibusteros
entraron, algunos haciendo alrdes de paciencia; casi como
si unos minutos de contención, justificaran la plena
satisfacción de sus deseos. La casa de techo alto
y enormes ventanales no refrescaba el ardor de aquellos
hombres. Pettit, quien había bajado para recibir
a los filibusteros, parecía haber llegado con alguna
antelación. vestía una bata de seda roja y
venía acompañado de un par de mulatas.
- ¡Señores podemos informarles que Maracaibo
ha sido tomada!
Vander Bush y Wan Stiler se habían reunido también
con su gente. Este último, pese a su sotana que inspiraba
un aire más venerable, asía por el talle a
una masai que lo doblaría en estatura.
-¿Qué queda? Seguir el ejemplo ¿No
te parece? -pregunto Felipe.
- Pues sí, después de vuestra excelencia.
-dijo Hardeker
Ya no había puerta que cerrar.
