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XIV
El Manuscrito

Trancurrieron pocos días hasta que
los filibusteros decidieran marcharse de Maracaibo.
El fruto del asalto fue cuantioso: cofres repletos de la
pedrería y las joyas más codiciadas en los
nacientes dominios. Vander Bush partía de regreso
al Caribe, rumbo a la “Isla de los Gigantes”
junto con toda su flota y los camarotes abarrotados de alhajas.
Algunos aventureros contemporáneos del cartógrafo
italiano quien proclamaba haber llegado primero, hablaban
de un país muy vasto donde la gente vivía
como los venecianos, sobre las aguas del Mar Adriático.
“El Trueno” orsaba hacia babor y emprendía
con buen golpe de viento un viaje hacia regiones extrañamente
familiares. Una tierra dura, calcinada por el sol, cactus,
cujies y manglares, testigos mudos de aquella fiereza del
paisaje.
- Debemos estar como a un día de camino Capitán
¡Alerta! Recuerdo que cerca de estas costas tuvimos
varios encontronazos con los españoles.
Sinamaica rememoraba la emboscada que fuese tendida por
gente enemiga de su pueblo. Entonces fue embarcado en una
captura que realizaran los españoles y junto con
el resto de su gente, fue sometido a la esclavitud.
- ¿Qué?...creo que mi atención estaba
en otra parte Sinamaica -dijo Felipe dejando su láud.
- Los Wayú deben unirse con nosotros y procurar vivir
en paz. -dijo aquel.
- Los colonizadores los han acosado despiadádamente
-intervino el viejo Veraniego.
- No comprendo porque tiene que ser así y no creo
que lo comprenda aun, somos demasiado tontos todavía
-enfatizó Sinamaica. - Seriamos un pueblo poderoso,
unido...
- ¡Capitán frente a nosotros!
- ¿Qué felipe?
- Hay algo que flota en el agua...
Una botella con lo que parecía un manuscrito en su
interior, bogaba hacia la quilla del barco. Picaporte y
tres de los marineros más ligeros corrieron hasta
la borda y uno de ellos, Black Jones, brincó sobre
el baupres y se asió a una cuerda con la seguridad
de un simio para atrapar la botella. De un estiró,n
se la alcanzó al Capitán. Pettit no perdió
tiempo e intentó leer el pequeño pápiro
que parecía confeccionado con hojas de plátano
o fibras similares. Sinamaica, quien interpretaba la ignorancia
del Capitán se acercó para asistirlo. Alrededor
de los hombres eferbecía una creciente expectátiva.
“Este es el legado de nuestra civilización
que alguna vez emergió de las aguas y continúa
esplendorosa sobre ellas. Recuerden, si la luz se apaga
ya no habrá donde refugiarnos. Nuestra intención
es convivir armoniosamente con todos, pero¡No nos
provoquen, cohexistimos por siglos en paz con todos mas
hemos enfrentado también a quienes han pretendido
colonizarnos. Bienvenidos”
-¿Donde he oido antes estas palabras? Ya sé...
Un viejo marinero, naufragó de un barco veneciano
que sobrevivió, sin embargo a la desgracia, relató
a sus salvadores que había visto un mensaje semejante
en una de las empalizadas de las casas edificadas sobre
el agua..creo que decía algo como “El Arte
Reina Sobre la Humanidad”.
Veraniego, quien llegaba en ese momento interrumpió
a Pettit.
-¿Supongo que para la época en que el iitaliano
arribó a estas tierras los nativos no lograron encandilarlo
o sí?
- Quien sabe, estamos muy cerca de averiguarlo -dijo Pettit.
- Es cierto -asintió Sinamaica- estamos por entrar
a los tuneles de bora. - Ya lo verán, estamos muy
cerca -dijo Sinamaica
Enfrente de ellos, el sol comenzaba a declinar. La costa
despuntaba surcada con largas trensas de plantas que tapizaban
la orilla y filosos promontorios rocosos que prevenían
a los navegantes de mantenerse alejados de la costa.
El barco atravezaba aguas menos procelosas. Al parecer,
las tempestades habí,an quedado atrás. “El
Trueno” había modificado el rumbo. Ahora no
resultaba tan escabrosa. Virí en dirección
hacia estribor. A lo lejos todavía y sólo
desde el extremo más alto del barco podía
distinguirse la primera señal de presencia humana.
Sinamaica había advertido a los navegantes sobre
la existencia de los primeros palafitos, pero habría
que navegar adentrándose por el delta del rio “El
Limón”. -interrogó Pettit.
- ¿Bastará con mi palabra? Al igual que la
leyendas, el manuscrito revela la existencia de un pueblo
establecido en estas tierras mucho antes de llegar nosotros.
Sinamaica hizo una pausa para concentrarse y tratar de recordar.
- Sí, continua -dijo Pettit.
- Entonces, no había necesidad de desplazarse sobre
el agua. Los hombres habían desarrollado una especial
capacidad para respirar durante tiempo prolongado bajo el
agua; tampoco había necesidad de trasladarse largas
distancias hasta tierra firme. La laguna de “Los Alliles”¡Ajies!
Siempre nos ha provisto de buena pesca.
- ¿Bromeas?
- Nuestro pueblo aprendió el arte de cultivar sobre
el agua y producir su propio alimento. Ese legado proviene
de los tiempos cuando se escribió ese pápiro.
- ¿Y qué hay de mi madre es todo ésto?
- preguntó Pettit.
- Vuestra madre consiguió un lugar, sabiamente ganado
entre mi pueblo. Ha sido tenaz consecutora de la tradición
de los primeros habitantes del “Territorio del Gran
Lago”.
- ¿Y cual es su rol?
- ¿“La Dama del Lago”?
- ¿Quieres decir que ella ocupa un sitial importante
en vuestro pueblo?
- Exacto, cada nuevo ciclo de la vida, un visitante es bienvenido
y está contemplado en las antiguas tradiciones que
asistirá a importantes acontecimientos de nuestra
sociedad. Una pulga enchida de sangre alargaba una vez más
sus patas sobre el Golfo de Venezuela.
Los últimos destellos de luz iridescían sobre
las hojas de los árboles de mangle. El mar era el
espejo del sol que comenzaba a languidecer. “El Trueno”
atravezaba un frondoso tunel vegetal. La bora enrasímada
sobre el agua parecía entorpecer la marcha del barco.
Las velas habían sido recogidas en buena medida.
La nave se desplazaba casi por fuerza de la corriente.
Muchos marineros se asomaban nerviosamente hacia la borda,
algunos lo hacían, por el temor de trambucar en un
rio de cause joven. De todos los hombres a bordo sólo
Sinamaica conservaba la serenidad. Tenía la completa
seguridad que “El Trueno” nunca podría
vararse en ese rio. Bandadas de guacamayas volaban sobre
ellos. El despliegue de las aves en el cielo semejaba un
arco iris emplumado.
- De aquí en adelante atravezaremos una larga extención
de flores antes de arribar a la aldea.
Sinamaica indicaba profusos despliegues de plantas cuyos
colores prendían la selva con salvaje explendor.
A lo lejos podía divisarse el techo de las viviendas
que pretendía competir en altura con los árboles
que también la inundaban. Black Jones quien presenciaban
todo desde el gallardete, contemplaba arrobado el porte
de aquellas estilizadas chozas, cuyos techos se empinaban
como lanzas dirigidas hacia el cielo.
- ¡Al frente...directo al frente, allí está!
La gran mayoría de los marineros se acercó
cuanto pudo hacia el baupres, algunos, más agiles,
se treparon por los entrepliegues que sobresalían
abajo en el extremo de la popa.
- ¡No he visto nada así en toda mi vida! .-exclamó
Pettit.
- Y Verás mucho más de lo que puedas contar.-
respondió Sinamaica.

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