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XV
La Nueva Venecia

Hacia ellos podía apreciarse esta vez, con total
claridad, la perspectiva de una ciudad flotante.
La gente se desplazaba sobre una red de caminerías
aéreas elevadas sobre el nivel de las aguas. Sinamaica
no tardó en hacer sonar el caracol anunciador. Un nutrido
grupo de hombres se congregó hacia un extremo de la
caprichosa vialidad. Distinguiase la figura de un espigado
mestizo, vestido hasta el ombligo, de larga cabellera castaña
que sobresalía entre los demás. En varios saltos
alcanzó el cabo que le arrojaron desde “El Trueno”.
Algunos filibusteros se habían anticipado y jalaban
cabos junto con sus anfitriones.
-¡Esa pata de fierro te permite todavía moverte
como un simio!
-¡Callate y jala!, algún día puede que
seas tan ágil como yo.
Sinamaica fue el primero en desembarcar. Los hombres de más
edad se inclinaron al reconocerlo.
-¿Quién es? -preguntó refiriéndose
al desconocido que estaba entre los suyos.
-Es Nelson Lucena, vive con nosotros desde hace mucho, desde
que vuestra merced partió.
Luego de una reverencia ante el cacique Lucena intervino.
Sinamaica desvió su atención hacia otro punto
de atracción, mientras Lucena, acostumbrado a estos
gajes, recibía a Pettit.
-¿Walter Pettit supongo?
-No se equivoca joven.
-Hay alguien que aguarda por vos...
-¡En verdad impresionante! -dijo Juan
Bienaventurado a su anfitrión, mientras observaba gracias
a los débiles destellos solares, las edificaciones
que integraban el complejo.
-Antes que yo llegara era aún más imponente.
Tratamos de mantener el estilo original. Tiene algo de esa
ciudad Piu Bela... Venecia. -decía Lucena.
El grueso de la tripulación permanecía a bordo
aquella noche, mientras que el Capitán y sus allegados
fueron hospedados en las viviendas construidas sobre el agua.
Luego de múltiples riesgos, Pettit y los suyos arribaban
a su derrotero. Y esta odisea significaba una profunda satisfacción
para Pettit, quien había navegado de alguna manera
a través de otro mar amniótico para atracar
después de todo frente a sus orígenes. - Sabía
que volverías algún día -dijo Dorothy
-Sinamaica me adelantó detalles de vuestra estadía
aquí ¿Cómo sobreviviste? -preguntó
Pettit.
-¡Milagrosamente! Lo único que conservo de aquel
naufragio fue una hoja del diario que pudo rescatar uno de
los marineros a bordo de “El Rayo”. Valmore Vásquez
la guardó con él. En un ataque de desesperación
por la sed, se lanzó al mar. Siempre soñó
con ser rescatado por una sirena. Ojalá que su deseo
se haya realizado. No volvimos a verlo...¡Buen hombre
ese Vasquez!
Dorothy alcanzó un pequeño cofre, hecho de la
cáscara de un coco, extrajo una hoja amarillenta, mustia
a punto de deshacerse y se la entregó a su hijo. Pettit
comenzó a lectura con avidez.
“Tempestades azotan mi velero La tripulación
extenuada aún resiste los embates del viento y el mar.
Mi bitácora mapas brújula sextante arrebatados
fueron por furias naturales. Creemos encontrarnos entre las
islas Ascensión y Santa Elena a miles de kilómetros
de los continentes en plena cresta Atlántica Sintamos
de escorbuto han aparecido. Agua y provisiones para un par
de semanas. El coqueteo con la muerte ha templado nuestros
músculos y carácter Desaparecieron las ambiciones
complejas Nos basta una porción de tierra para ser
felices.”
-Moustache murió sin satisfacer su último deseo.
-dijo Dorothy.
-Seguro compartirá la dicha de este reencuentro.
El corsario le entregó el pergamino a su madre, la
abrazó y la invitó a acompañarlo fuera
de la descomunal construcción palafítica. Sobre
ellos despuntaba una profusa red de lianas. Los últimos
hombres que retornaban a su hogar, las empleaban para movilizarse
a su hogar. Miríadas de luciérnagas se concentraban
por el lugar. La penumbra del atardecer atizaba con suavidad.
El filibustero observaba junto a su madre aquella popular
escena, apoyado en el pasamanos de la baranda que separaba
el palafito del agua.
-¡Las estrellas están al alcance de la mano!
Las luciérnagas nos han alumbrado desde hace años,
mucho antes que los invasores llegaran al “Territorio
del Gran lago” - dijo Dorothy.
-¿Y quienes son? - preguntó Pettit.
-Mañana lo sabrás. Tendremos un día muy
agitado.
-¿Y Sinamaica vendrá con nosotros?
-No lo creo... a menos que sus deberes como cacique se lo
permitan...cualquiera diría que los peces fueron vuestros
salvavidas
-Puedes apostarlo...
Muy temprano, Pettit y sus hombres presenciaron una curiosa
ceremonia. Los hombres y las mujeres se habían congregado
sobre una gigantesca plataforma. Ejecutaban una danza que
extrañaba a los forasteros por su lentitud. Sinamaica
estaba al frente de la muchedumbre. A su lado se hallaba Dorothy,
quien pese a no ser oriunda, estaba entrañada con esas
prácticas. todos realizaban movimientos en completa
sincronización.
-¡Es increíble señor! -dijo Matildo Veraniego,
quien se encontraba rodeado del resto de los invitados.
-Yo tampoco había visto nada semejante - afirmó
Pettit.
Nelson Lucena indicaba con un ademán que guardaran
silencio. Transcurrió un tiempo prudente para que los
Paraujanos terminaran aquella rítmica gimnasia.
-Amigos míos, están presenciando el saludo al
sol.
Todas las mañanas al amanecer, la gente se reúne
y dirige sus energías a través de la respiración
y de ciertos movimientos que ayudan a profundizarla.
-¡Ver para creer! -exclamó Veraniego.
Lucena observaba a Bienaventurado, quien no parecía
inmutarse con la afirmación de aquel. Sinamaica, quien
pasaba en ese momento por el lugar en compañía
de varios de sus consejeros intervino.
-¡Bueno que esperan para conducirlos hasta el huerto
acuático!
Dos de los venerables, como eran llamados, acompañaron
junto con Lucena al grupo de hombres al lugar que disiparía
posiblemente la duda de muchos. Pettit permaneció a
la espera de su madre, quien lo conminó acompañarlo
a conocer las defensas de la ciudad.
-¿Es necesario colgarse de estas lianas para llegar
hasta allá?
-Bueno...a menos que prefieras lanzarte a nado. -afirmó
Dorothy.
-Si no queda más remedio...
Dorothy quien era una mujer ya entrada en edad, había
reconquistado, sin embargo, el vigor de la juventud. Habría
que subir, trepándose por un empinado árbol,
parecido a un samán subacuático y desde una
altura considerable lanzarse, valiéndose de bejucos
entrelazados.
-¿Estos son los huertos acuáticos? - Matildo
de cierta manera recogía una interrogante colectiva.
-Bajen con confianza hasta el muelle flotante. Tomen la fruta
de vuestra elección, de allí mismo mismo. -dijo
Lucena.
Picaporte y Hardeker estiraron sus brazos para alcanzar los
que parecían dos voluminosos frutos de la laguna.
-¡Madre Santa! ¡pero si son sandías!
-¡Señores! todo esto es y más es posible,
mientras lo pongan en práctica -dijo uno de los venerables.
Subitamente, irrumpieron varios hombres.
-¡Señor el enemigo trata de atravesar nuestras
defensas! La Señora Dorothy y vuestro Capitán
se encuentran en la zona.
El nativo se dirigía a felipe, portaba un arco que
lo doblaría en altura y un carcaj lleno de flechas.
-¡Vamos filibusteros, la vida del Capitán está
en peligro! -gritó Felipe.
-De nada servirá que vayan en barco, tardarán
más en llegar. Será mejor que se desplacen con
las lianas. El segundo de los venerables, señalaba
hacia el empinado árbol de donde prendían innumerables
bejucos.

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