XVI
La Muerte de Dorothy

Varios hombres a solicitud de Picaporte se habían
unido al grupo que iría a reforzar la defensa contra
los invasores.
Algunos
decidieron abordar una chalupa para llevar con ellos un
par de bombardas. El resto, organizados por Felipe, se prepararon
para lanzarse asidos de aquellas lianas hasta los demás
árboles que despuntaban alineados en dirección
hacia la empalizada.
Pata de Hierro y Catalufo decidieron ir por iniciativa propia
en la chalupa como custodios de los cañones. Escalar
la muralla de Maracaibo fue un reto que ambos vencieron
por primera vez a desmedro del terror que sintieron en vilo.
Para Black Jones constituyó una rutina más,
como parte de sus deberes en el barco. Los demás
a excepción del viejo Veraniego y Hernández,
siguieron a los aliados de Pettit en ese inusitado vuelo
entre los árboles.
Se desplazaban hacia una maciza empalizada, cuya pared frontal
estaba cubierta en su totalidad por puntas de lanzas impregnadas
de curare. La pared que alcanzaría medir 10 metros
y varias leguas de largo, estaba vigilada a su vez en toda
su extensión por los hombres de Sinamaica, quienes
no descansaban día y noche para garantizar la seguridad
de la población. El Cacique se había apersonado
en el campo de batalla. Los wayus avanzaban en pequeños
grupos, confundidos por la espesura.
Detrás de ellos, se distinguían las armaduras
de los hombres de yelmo. Los Wayus intentaban someter las
defensas. Arrojaban y lanzaban con desesperación
de atinar letalmente sus lanzas y flechas hacia los niveles
más elevados de la empalizada. Los Paraujanos estaban
suficientemente escudados de sus ataques. Muy pocos, exponían
su vida en lo alto de aquella monumental muralla vegetal.
La mayoría, volcados por la prudencia, permanecían
en las escalas intermedias del firme frontón de bambú.
Sus arqueros causaban estragos entre los hombre que se arriesgaban.
- ¡Ese es el temple de un Pettit!
El filibustero escuchaba las palabras de Dorothy en medio
de la acción. Eran dardos dirigidos contra su orgullo.
Desde hacía mucho tiempo, sin embargo, las enseñanza
de Bienaventurado se habían alojado en su interior.
En medio de la refriega el poema de un vate ingles de nombre
Wiliam Shakespeare, recordado por Bienaventurado emergía
como una poderosa afirmación.
"El valiente guerrero, famoso en la lucha, tras mil
victorias, si es vencido una vez, es pronto borrado del
libro del honor y olvidado todo aquello por lo cual él
luchó. Feliz por tanto, yo que amó y soy amado
por quien no puede expulsarme, ni ser expulsado”
Dorothy caminó en cuclillas hasta donde se amontonaba
un número considerable de flechas. tomó las
que pudo y se colocó frente a una de las oquedades
resguardadas. Pettit la observaba con atención, mientras
su madre atinaba los primeros proyectiles contra los invasores.
Los Wayus comenzaban a congregarse en número considerable.
Algunos, los más osados habían arrastrado
gruesos troncos de madera a fin de facilitarle el ascenso
a sus camaradas. No obstante, las flechas de los Paraujanos
acertaban mortalmente en el cuerpo de los invasores.
-¡Ignoraban que fueras tan diestra con el arco!
-Claro...aquí todos aprendemos a usarlo. Es cuestión
de supervivencia. ¿No crees?
-¿Quiero intentar?
-¿Por qué no?
-Procura acertar, nos quedan pocas flechas y ellos cada
vez son más.
Los hombres de yelmo que hasta ahora se habían mantenido
ocultos detrás de la vegetación, surgieron
de pronto. Las bajas del lado Paraujano comenzaron a aumentar
por las descargas disparadas desde los mosquetes del enemigo.
Los aborígenes aprovechaban esta situación
para acercarse más con los inmensos rulos que pretendían
utilizar para neutralizar las defensas Paraujanas.
-¿Qué pasaría Pettit? mandé
un mensajero hasta la ciudad. Los refuerzos deberían
estar aquí.
-Tranquilízate Sinamaica, un “Hermano de la
Costa” no abandona jamas a sus aliados. La resistencia
empezaba a menguar; algunos invasores habían podido
trepar hasta lo alto de la empalizada y luchaban cuerpo
a cuerpo contra los Paraujanos. Pettit había abandonado
el arco desde hacía tiempo y se batía espada
en mano. Dorothy mientras tanto, lo cubría del asedio
de muchos más que llegaban por todos los flancos.
Sinamaica también se defendía con saña.
Repartía tajos con un pesado machete. Sin embargo,
era evidente la superación numérica de los
Wayus. Aún con la notoria ventaja sobre ellos, los
hombres del cacique aguantaban con firmeza el sitio.
-¡Sostente ya llegan refuerzos!
-Sí de mi dependiera... una vez que el curare entra
en el cuerpo es muy difícil detenerlo.
-Tonterías... vas a salir bien de ésto. El
líder de los filibusteros se abalanzó sobre
Dorothy. Presionó con rapidez el punto de la pantorrilla
donde se había clavado la flecha, la extrajo y comenzó
a succionarle la sangre. En ese momento los filibusteros
irrumpían con Black Jones a a cabeza. Felipe y Herdeker
lo secundaban, mientras que Pata de Fierro y Catalufo disparaban
metralla contra los invasores desde los cañones de
la chalupa. El enemigo iniciaba la retirada.
Los españoles se replegaban. Las descargas de las
bombardas eran un eficaz repelente para evitar el acercamiento
a la muralla de los invasores más audaces. El mortal
padecimiento de Dorothy revelaba, no obstante que los filibusteros
habían arribado tarde. A su alrededor “Los
Hermanos de la Costa” acompañaban a Pettit
en aquel trance. Todos, sin embargo, comprendían
que ya no había nada que hacer.
-Así como venimos al mundo, nos vamos. Hay que prepararnos
para la muerte. Es lo único seguro que tenemos.
Pese a las palabras de Bienaventurado no era fácil
erradicar la desolación que embargaba a Pettit y
sus hombres. Poco a poco la serenidad del viejo fue invadiendo
el espíritu de los filibusteros. Sinamaica había
ordenado reforzar la vigilancia de la empalizada y envolver
el cuerpo de Dorothy con el tejido de fuertes fibras vegetales,
todas unidas por una firme madeja que garantizaba su resistencia.
A bordo de una larga barcaza, Pettit regresaba junto con
su madre a la aldea. Dorothy había sido preparada
para los funerales que los nativos ofrecerían en
su honor.
-Esta noche, las teas permanecerán encendidas y continuarán
encendidas hasta que el último hálito del
viento logre apagarlas. “La Dama del Lago” ha
muerto. Dentro de poco iniciará su viaje a la eternidad.
Sinamaica hablaba con solemnidad a su gente. Recordaba momentos
de trascendencia por el que los guerreros habrían
de pasar. La barcaza navegaba esta vez sobre aguas tranquilas.
Los últimos estertores del combate se habían
disipado. El silencio era comparable a la paz que invade
la selva cuando muere la tarde. Sólo los remeros
rompían el sosiego del ambiente. Sus remos se estrellaban
con rítmica parsimonia sobre el río.
Mensajeros habían sido enviados por Sinamaica al
pueblo para informar de lo ocurrido. Los tres heraldos salieron
poco antes que los corsarios. Acostumbrados a desplazarse
por el aire, los hombres de Sinamaica, habían adquirido
una extraordinaria capacidad para emular a los simios.
Todos en la aldea aguardaban al contingente. En una tarima
que destacaba sobre las aguas había un lecho elaborado
de fibras de enea. A su lado, un hombre distinguible sólo
por una tea, iluminaba su rostro, aguardaba con la inmutabilidad
de una estatua. Nunca antes en aquel lugar, las luciérnagas
se habían reunido en tal magnitud. El espectáculo
era de una rara belleza.
Los pequeños insectos luminosos se prendían
del techo de lianas que envolvía a los palafitos
sobre “La laguna de los Ajíes”. La gente
acompañaba muy de cerca, en otras embarcaciones a
la canoa funeraria. Todos sus ocupantes sostenían
teas que avivaban más la iluminación existente.
El hombre, cubierto por una majestuosa capa de plumas de
garza blanca, aguardaba que la canoa principal se acercase
lo suficiente para encender una hoguera descomunal a más
baja altura de la plataforma donde yacería el cuerpo
de Dorothy.
A los pies del Chamán, la canoa funeraria bogaba,
Sinamaica a quien su compañera había entregado
un manto de similares características al del sacerdote,
caminaba por la rampa aérea en dirección hacia
el ceremonial. La gente observaba el desenvolvimiento del
ritual desde las gradas de lianas que abovedaban el espacio.
pettit había recibido de Sinamaica, otra capa, blanca,
inmácula con un tenue halo violeta. Su nueva vestimenta
lo envolvía completamente.
los filibusteros observaban desde “El Trueno”
el desarrollo de la ceremonia. Dorothy era alzada por cuatro
hombres desde la embarcación y recibida por tres
más que se encontraban en la plataforma. La difunta
era depositada con suma delicadeza sobre el mullido lecho
vegetal. El Chamán encendía una raíz
aromática; el ambiente comenzaba a impregnarse de
su fragancia.
Pettit arrodillado hacía una reverencia ante el lecho
donde yacía su madre. El Chamán había
cortado varios bucles de la oscura cabellera de Dorothy
y los arrojaba al lago, a cada lado de su cuerpo. Sinamaica
posaba su cayado de coral negro sobre los hombros del filibustero
mientras pronunciaba palabras con voz queda.
La plenitud del silencio era comparable con el sonido de
la respiración de toda la gente, unida por los latidos
de un sólo pulmón, dilatándose y contrayéndose
desde los resquicios de aquella carpa de lianas. El fuego
de la pira gigante había sido avivado.
-¡La Dama del Lago regresa a la eternidad!
Tan pronto como el Chamán hubo pronunciado aquellas
palabras, el cuerpo de Dorothy enfundado en un copioso envoltorio
vegetal fue precipitado sobre el fuego. Los filibusteros
aguardaban con expectación. Nelson Lucena observaba
también desde lo alto del mirado de un espigado templo
de bejucos que había edificado.
En breve, la llama consumía a quien en vida fuera
emisaria de una tradición reticente a morir.
-Partió. Es la muerte y sobre ella renace siempre
la vida. Avanzaremos entre el amor y el rencor en búsqueda
de la armonía por este efímero sendero. El
tiempo es una ilusión para quienes creen conspirar
contra él. Sencillamente estamos aquí. Mañana
nos tocará despedirnos también, que envuelve
la partida de la madre ¡damos la bienvenida a su hijo!
¡Larga vida al nuevo heredero!