La Revolución Francesa

Holanda Austria y prusia amenazaban a Francia. La frontera era atacada y los simpatizantes del rey Luis XVI buscaban amparo entre los invasores. Home
“¡Preferimos una nación despoblada que poblada de rebeldes!”
Por contraste, los rebeldes que rechazaban la monarquía y la aristocracia, procedentes de la burguesía del campo y la ciudad, integraban ahora la jerarquía del gobierno revolucionario. Los Girondinos como eran conocidos, tenían la sartén agarrada por el mango. Componían la mayoría en la Asamblea Constituyente, seguidos de los jacobinos, cuya extracción social provenía de los trabajadores y los descamizados franceses. En agosto de 1792, los jacobinos establecieron el primer gobierno autónomo municipal. Nacía la comuna de París.
”¡Paz en las barracas, guerra en los palacios!”
“¡Paz en las barracas, guerra en los palacios!”

Era el grito, arengado por los jacobinos y entonado por las turbas que tomaban el Palacio de las Tullerías, hogar de los reyes. los monarcas eran aprendidos y los girondinos asumían el poder nacional. El ciudadano Pettion, Presidente de la convención, el nuevo gobierno, nombró a Miranda General del Ejército del norte, en sustitución de Lafayette, quien se había pasado al bando contrario. Era el 29 de agosto de mil setecientos noventa y dos.
Los austriacos y prusianos habían triunfado en Verdun. Miranda fue enviado al frente de quince mil hombres hacia la frontera norte. En adelante, un triunfo siguió al otro: Birkiki, Valmi y finalmente Amberes, donde el venezolano corrió a los invasores de Bélgica.
El jefe de los girondinos, el ciudadano Brisso le notificó al General, la decisión de la Convención de nombrarlo Gobernador en Haití. desde allí, Miranda tendría que aplacar el levantamiento de los nativos como condición para organizar una expedición contra España por la liberación de las colonias.
Miranda optó por continuar su carrera militar en franco ascenso, posición además que le permitiría negociar con más autoridad ante la jerarquía Girondina. Prestarse a sofocar la insurrección haitiana habría ido contra sus principios y lo hubiese colocado asimismo, en una situación incierta para el porvenir. Francia comenzaba a quedarse aislada. Todas las monarquías absolutistas se declaraban contrarias, retiraban su apoyo y cercaban agresivamente al novel estado revolucionario.
El ministro de defensa, el General Dumorrier, siempre leal a su condición de oportunista, había calculado este escenario. Su demora en la toma de decisiones fue determinante en la derrota que los prusianos le infligieron a Miranda en Maestrich. Tiempos tormentosos se ciernen ahora sobre el venezolano, quien es acusado del último fracaso militar en Holanda. En medio del acoso externo y la búsqueda de culpables para subsanar la crisis de la república, Miranda mantiene la cabeza en alto. Sus acusadores lo señalan como responsable, junto a los demás militares de las cuantiosas perdidas humanas y materiales en el campo de batalla.
Miranda cumplía cuarenta y tres años, era Teniente General del ejército francés y comandaba un contingente de sesenta mil hombres. Ganó grandes combates, otros los perdió.
Ahora encaraba un juicio instigado por los rabiosos jacobinos, quienes liderizados por Robespierre, acusaban a Miranda de ser cómplice de Dumorrier, mientras, los girondinos, señalaban a aquellos como protectores del traidor. Durante el juicio seguido a Miranda ante el Comite de Guerra, Brisso, Presidente de la convención intervino en su defensa:
“Miranda se batió con valor, su conducta fue intachable, no hay ninguna prueba que Miranda estuviese junto con Dumorrier en la conspiración de la República ¡No! El traidor Dumorrier se pasó al enemigo en el momento cuando Miranda vino a París con objeto de defender ante la nación, su honor revolucionario y republicano.”
Durante tres días, Miranda fue interrogado. Los miembros del cómite, unánimes, concluyeron que la acusación contra él, no tenía fundamento y pasaron las actas de su interrogatorio a la Convención. El juicio fue llevado al tribunal revolucionario. El 20 de abril de mil setecientos noventa y tres legó el representante del tribunal al albergue donde vivía Miranda y condujo al criollo a la prisión de la Concierge, junto al palacio de justicia.
Allí el Venezolano, permaneció hasta el diez de mayo, cuando comenzó el proceso. Por su defensa intercedió Chavre Legarde, quien había defendido a Maria Antonieta y la girondina Carlota Cordais, la homicida del jacobino Marat. La sala del jurado estaba completamente copada. El fiscal Fuque Tinvill leyó la acusación de rigor donde atizaba la culpabilidad de Miranda.
“El bombardeo en la fortaleza de Maestrich fue una comedia. En la fortaleza, no cayó un sólo proyectil francés, Miranda no intentó combatir contra el enemigo, el teniente General es complice del General Dumorrier ¡Es uno de los importantes culpables de la derrota del ejército del norte!”
Los miembros del jurado eran dos medicos, un bodeguero y un burócrata. Entre los testigos de la acusación había militares, gendarmes, una mujer, dos notarios, un barbero, un relojero, un jardinero, un comerciante y un profesor de literatura. La mayor parte de ellos confirmáron la culpabilidad de Miranda, sin pruebas, sólo sobre la base de rumores infundados o mentiras.
- ¡Orden...orden!
- Ciudadano Miranda ¿Por qué siendo usted el jefe de un ejército apto para combatir fue derrotado?
- Las mejores legiones del César fueron derrotadas en Hergobi, el ejército de Federico el Grande sufrió derrotas en Kinelsdorf. Nunca debe juzgarse de traición a la gente valiente porque no triunfa, cuando la condición del lugar, el número de soldados y otras desventajas del momento le son desfavorables, le causan daño.
- Madam Foucolt quien se encontraba en el bombardeo, asegura que usted planeó mal el ataque.
- Si la ciudadana testigo tuviese la bondad de mostrarme lo que sería mejor hacer en tal o cual caso, entonces usted podría juzgar que no cometí el error al elegir entre dos soluciones la más conveniente.
Seguidamente fueron llamados a declarar, los testigos de la defensa, entre quienes había abogados, poetas, militares y pol’ticos que abogaron por la defensa de Miranda. Finalmente, el abogado de Miranda, después de sumariar aquello favorable dicho sobre él, emplazó al jurado. “¡Si ustedes condenan a Miranda absuelven al mismo tiempo, las actividades del traidor Dumourrier!”. El 16 de mayo de 1793, el Presidente del Tribunal, le preguntó al jurado si el fracaso de las acciones militares de Miranda en Bélgica y Holanda, lo hacían culpable de traición. El ciudadano Dumond, miembro del jurado, intervino antes de dar su veredicto.
“Vivimos tiempos difíciles para la revolución. Desertores y traidores procuran destruir la república por esto es necesario la vigilancia. Cada sospechoso debe investigarse, mas se debe castigar a los verdaderos delincuentes. A los traidores de la revolución, les aguarda implacable represión. Pero no somos sanguinarios como nos describen los enemigos de la libertad, Sentimos alegría cuando regresamos a la sociedad, a la familia a una persona digna de completo crédito. Tal es la persona que se llama Francisco de Miranda. Hace diez años dejó Sur américa y llegó a Europa con la esperanza de proveerse de medios para liberar a sus compatriotas del despotismo español. En Francia se puso al lado de la revolución. Se batió valientemente contra los enemigos, pero no le favoreció siempre la fortuna. ¡Miranda es un modelo de ciudadano. No perpetró los crimenes imputados. No es culpable!”
La sala se venía abajo por los aplausos multitudinarios, luego de la elocución del ciudadano Dumond. Ante la sorpresa de todos hasta el fiscal aplaudía. La turba sacó a Miranda en hombros.
“¡Viva la República, viva Miranda!”
No duraría mucho tiempo la tranquilidad para Miranda. luego del proceso, los jacobinos a cargo del gobierno de la comuna pretendían quitar del medio a los girondinos, principales integrantes de la convención. Un cuerpo constituido por doce de ellos, inició una investigación tenaz sobre aquellos.
Resultado: los jacobinos con Robespierre a la cabeza, impulsaron una revuelta, respaldados por diez mil parisinos. Los más eminentes jefes girondinos fueron destituidos. Algunos huyeron al exterior, otros no tan afortunados fueron apresados o devorados por los lobos como el presidente de la Convención, el ciudadano Pettion.
Pronto, el Presidente del Tribunal Revolucionario y el jefe de los Girondinos, el ciudadano Brissó fueron encarcelados. Miranda acostumbrado ya a circunstancias similares, con la consciencia tranquila, aguardó sereno su detención. Tratar de huir como muchos de sus aliados, hubiera despertado sospechas sobre su intégridad moral. En la carcel La Forte donde fue confinado escribió innumerables cartas, destinadas a hombres influyentes, dentro y fuera de Francia. James Monroe, embajador de los Estados Unidos y creador de la Doctrina de América para los americanos, abogó en nombre de su gobierno por la libertad del venezolano.
un acuerdo con la burguesía, fueron los primeros en sentirla sobre sus nucas. Mientras los rabiosos, pretendientes a exportar la revolución francesa hacia el resto de Europa, eran también implacablemente guillotinados. Se instauró así, el regimen del terror con Robespierre a la cabeza. Los ejércitos de los imperios europeos se lanzaban contra Francia. El país se convulsionaba. Miranda a todas estas, ignoraba la verdadera situación. El, como los Girondinos presos, desconocían ciertamente los hechos que acontecían en el corazón mismo de la revolución.
Pronto, los girondinos apoyados por los burqueses franceses, llamados de termidor, asumieron el poder. Las multitudes irrumpieron ante el novel gobierno revolucionario: exigían pan y trabajo. El ejército comandado en ese momento por un joven teniente llamado Napoleón Bonaparte reprimió a los sublevados. Por primera y última vez, la cabeza de Robespierre caía ante el verdugo como el resto de sus ajusticiados. Miranda salía en libertad. Su cautiverio duró diesciocho meses. muchos historiadores piensan que el fiscal Tinvill, simpatizante del venezolano, quien continuó trabajando con los jacobinos hasta su inexorable fin, postergó la cita del general con la guillótina.
Durante su reclusión, Miranda conoció muchas mujeres como la Duquesa de Brantes, la poetisa Helen Williams y Delphine de Custeu. Con Delphine, Miranda compartió su lecho. Y ella en retribución lo presentó a su amigo Napoleón Bonaparte, quien en muchas ocasiones llegó a confesar su admiración por el venezolano.
“Comí hoy en la casa de un hombre notable. Creó que es un espía de Inglaterra y España a la vez. Vive en un tercer piso que está amoblado como la residencia de un sátrapa. En medio de su lujo se queja de su pobreza y luego nos ofrece una comida servida en platos de plata. Es un quijote, con la diferencia que no está loco”, decía Napoleón del venezolano. La poétisa inglesa Helen Mary Williams visitó a Miranda muchas veces en prisión y exploró mejor que nadie el ánimo que embargaba entonces al venezolano. “Miranda se sometió a una prisión de diesciocho meses bajo la continua expectátiva de la muerte, con esa fuerza de ánimo filosófico que poseía en alto grado. Estaba determinado a no ser arrastrado a la guillotina. Hizo que le enviaran un número considerable de libros de su biblioteca y los colocó en la pequeña habitación de la cual consiguió medio de conservarse como único dueño. Allí me dijo que se empeñaba en olvidar su presente mediante el estudio de la historia y la ciencia. trató de considerarse pasajero de un largo viaje que tenía que llenar el vacio de las horas con la búsqueda de conocimientos y estaba igualmente dispuesto a perecer o allegar a la costa.”
El directorio, nuevo organismo gubernamental, emitió orden de cáptura contra Miranda, quien fue conminada a abandonar el país. El aventurero escapó y permaneció en Francia de incógnito. Por intermedio de los franceses que huyen de Haití y arriban a la Guaira, los venezolanos se enteran de la sublevación de los esclavos en la isla. En Venezuela, el negro José Leonardo Chirinos, encabeza un movimiento emancipatorio que inspirará como precedente todos los intentos de ahora en adelante.
“Afilen bien sus machetes que de ésta nadie se escapa”, gritaba el rebelde cimarrón desde el quilombo.
A través de sus contactos en las colonias hispanoamericanas, entre ellos los jesuitas, Miranda, sabe de los alzamientos de sus compatriotas Picornell, Gual y España. En Venezuela se escribe la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. La pólvora se extiende hasta la Nueva Granada, donde se gesta una coriente afín, liderizada por Antonio Nariño quien hace publicar el manifiesto libertario en Bógota.
Miranda contempla regresar a Inglaterra para desde allí, comenzar a organizar a sus aliados en la América Española. Envió a su agente, el cubano Pedro José Caro hacia Londres a fin de anticiparse en la negociación con el Primer Ministro Pitt sobre la ingerencia de Inglaterra en el plan de emancipación de las colonias.
Caro fué con instrucciones precisas a Londres, donde lo esperaba John Ternbul, otro aliado de Miranda, en representación de la Junta de Diputados de las ciudades y provincias del Sur.
Las ordenes de Caro consistían en preparar el terreno para que Miranda, representante plenipotenciario de la organización, iniciase conversaciones con Inglaterra y Estados Unidos para respaldar a los patriotas en su lucha de independencia. Miranda no era ahora, sólo aquel audaz conspirador que manipulaba los imperios, más el líder de una naciente empresa que estaba dispuesto a llegar hasta las ultimas consecuencias.
“Después de aguardar más de tres meses en parís la respuesta de Caro y Mr Turnbull, desde Londres, sin recibir ninguna noticia, ni saber positivamente a que atribuirlo, tomé la resolución de partir yo mismo para Inglaterra, tanto por cumplir con mi debr en un encargo de tanta magnitud como por la persuación en que estaba que no se me negaría la hospitalidad en el país...Yo me había procurado un pasaporte que mi amigo Le Grand puso en regla cambiando el señalamiento y la firma. Partí de París el tres de enero de mil setecientos noventa y ocho. ”
Gabriel Eduard Delander, comerciante oriundo de la ciudad de Caen, lucía una gran peluca empolvada y unos lentes que lograban ocultarle el rostro. Tenía cuarenta años y aparentaba diez años más. Era la coartada perfecta para el venezolano. En pocas horas partió hacia Inglaterra burlando a las autoridades francesas.

 
 
     
     
 
 
   
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